Crítica: Cirque du Soleil propone un fascinante espectáculo poético en 'LUZIA'

Temas: Crítica, Madrid

Nadie duda que Cirque du Soleil forma parte de nuestro patrimonio cultural universal, y su vuelta escalonada a los escenarios de todo el mundo es una gran noticia, después de su tremenda crisis durante la pandemia, que llevó a la compañía a declararse en quiebra en junio de 2020 y poner en duda su continuidad.

Pero el susto ha pasado, y para su nueva visita a Madrid ha rescatado de su repertorio LUZIA, originalmente estrenado en 2016.

 

Puesto en escena por el director suizo Daniele Finci Pasca, el significado de LUZIA es un juego poético de palabras que integra luz y lluvia, dos elementos que recorren los números principales, un sol gigante representa a la primera y una serie de tormentas a la segunda.

En esta ocasión, se vuelve a hacer un alegato por la naturaleza, algo que ya es marca de agua de la compañía, recorriendo lugares y modos mexicanos que son el leitmotiv del show.

Una mariposa monarca nos acompaña con sus evoluciones en el viaje entre los números circenses, y nos recuerda el enorme esfuerzo que hace este lepidóptero americano en su migración anual de 5.000 km para pasar el invierno en tierras aztecas. Una buena alegoría del esfuerzo del Cirque du Soleil por renacer.

En el programa que nos encontramos abunda el circo de escuela. Por supuesto que hay tecnología, pero es más sencilla que en ocasiones anteriores, y el número de artistas sobre la arena es considerable, aunque no apabullante.

En cuanto a la puesta en escena, resulta muy atractiva, con un continuum musical simpático de canciones con toque mexicano y un payaso, maestro de ceremonias, que nos acompaña por las tierras mesoamericanas.

Los números circenses tienen un muy buen nivel, pasando de trapecistas a malabaristas, acróbatas futboleros, equilibrios en postes y pole dance, para acabar con un espectacular número de columpios acrobáticos rusos, sin duda el mejor de la noche.

Como todos sus espectáculos, este tiene sus momentos memorables. En lo artístico destaca el contorsionismo imposible de Aleksei Goloborodko; pocos gimnastas masculinos llegan a su perfección, delicadeza, elegancia y expresividad retorciendo sus músculos, un terreno casi siempre copado por jovencísimas contorsionistas orientales.

En el apartado técnico es imposible olvidar la cortina de agua que va esculpiendo sorprendentes imágenes de animales y objetos en movimiento, graduando el caudal de los chorros que surgen de los 13.000 orificios por donde llueve.

Magia de la buena, de la que te hace soltar un gran «¡ooooooh!» involuntario, la que se consigue de la colaboración entre Javier Martínez Pedro, dibujante del pueblo mexicano Guerrero, su compatriota el escenógrafo Eugenio Caballero y un gran programador anónimo de la pantalla gráfica electrónica, que hacen realidad tan asombroso truco.

En resumen, Cirque du Soleil ha vuelto, y los amantes de su característico trabajo estamos entusiasmados de que así sea. Si nunca les has visto, saldrás con la sensación de que ha merecido la pena entrar en este mundo onírico único, que la compañía canadiense domina a la perfección.

⭐⭐⭐⭐⭐