¿Se está quedando viejo el porno gay?

¿Tiene que evolucionar el porno gay tradicional para reflejar la realidad actual de nuestra comunidad? Sobre ello reflexiona nuestro colaborador Mateo Sancho.

¿Se está quedando viejo el porno gay?
4 abril, 2023
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Es hora de plantearse si el porno gay tal y como siempre lo hemos consumido empieza a necesitar un cambio de aires para adaptarse a las necesidades que demanda las personas de la comunidad que lo consumen.

A partir de experiencias recientes, Mateo Sancho reflexiona sobre cómo considera que se debería producir esa evolución para reflejar en el porno también nuestra creciente diversidad visible,


 

Porno gay Shangay Iván Soldo

Ilustración: Iván Soldo

El otro día estaba en un bar de Nueva York, lleno de gente no binaria, disfrutando de la diversidad y las etiquetas difusas cuando miré a las pantallas en las que estaban proyectando porno y me chocó que fuera el porno “de toda la vida”. Muy masculino, muy musculoso, muy de roles de dominación. En definitiva, muy rancio. Pollaviejas, por muy vigorosas y erectas que fueran.

Me quedé pensando. En algún momento de mi vida, me pareció que el porno me podía hacer mirar hacia adelante, descubrirme cosas nuevas, pero en ese momento fui consciente de que hace tiempo que se ha producido cierto desencuentro con esa sensación y que cuando recurro al porno cumplo expediente eyaculatorio pero poco más.

Así que decidí investigar y, efectivamente, existe un subgénero del porno con códigos más queer, menos homopatriarcales y binarios, pero son todavía minoría y no se cruzan en la masturbación de uno tan fácilmente.

Hay que hacer los deberes para dar con ese porno donde lo trans no es un fetiche y donde el imperio de la mirada masculina (la famosa male gaze) que tanto se está deconstruyendo en el cine en general también se reformule pornográficamente. La productora Pink and White es un ejemplo, para quien tenga curiosidad.

«Hay que hacer los deberes para dar con ese porno donde lo trans no es un fetiche»

Esto me lleva, a su vez, a reflexionar sobre nuestros deseos y nuestras fantasías, por definición libres y no necesariamente apegados a los códigos morales de la realidad pero quizá más representativos de lo que pensamos de nuestros prejuicios íntimos. Con el paso del tiempo, ha sido para mí una agradable sorpresa ver cómo mi deseo se ha convertido en algo cambiante y más diverso.

Mis evoluciones vitales universales –la edad– y no tan universales –la vida en Nueva York, mi erotismo de la vulnerabilidad y la emancipación de cuestiones cuantitativas como tamaño y duración– han ido labrando un camino hacia un lugar en el que me siento más cómodo, más enriquecido y también más sexy.

Aunque ya me siento mayor para redefinirme completamente, miro desde la barrera con mucha ilusión los cambios que se operan en la comunidad. Y me viene a la cabeza cómo el arquitecto Andrés Jaque me contaba en una ocasión que la fantasía sexual homosexual había pasado del evento colectivo en espacios públicos de los 70 a la fantasía inmobiliaria del ático de lujo en Manhattan durante el boom de Grindr. Me pregunto (o le preguntaría al propio Jaque) cuál es el escenario que excita en el presente o cuál será el del futuro.

Algo he estado explorando en Nueva York con las orgías queer de The Wink, pero me ha echado para atrás el intenso protocolo de aceptación muy a la americana y, la verdad, cierta sensación de que sería percibido como un “normie”, como nos llaman a los cisgais de toda la vida y a cuya estética todavía me afilio bastante, que soy muy perezoso y un poco tacaño en términos de moda.

Pero escuchando el otro día el podcast de Maricona, en el capítulo titulado La invasión de las ultracerdas, uno de ellos comentó que en Berlín, siempre por delante, disfrutaba más las orgías queer que las gais (interesante distinción que se hace más y más presente en la nuevas generaciones) precisamente porque sentía menor tensión sexual.

Una contradicción que creo que se resuelve en el ánimo competitivo que, por desgracia, tiene mucho peso en ese mundo del hombre a hombre y que genera cierta sensación de presión performativa que a veces resulta contraproducente y, sí, un poco anticuada. Así que quizá las leyes del deseo se van reescribiendo en la dirección opuesta. No en tanta tensión sexual sino en un sexo distendido. O, al menos, esa sería mi fantasía.

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