EL NIÑO DE LA RECTA
Era de camino al trabajo que siempre me lo encontraba, justo por la avenida principal. Llevábamos cruzándonos el uno con el otro más de medio año pero la cosa nunca pasaba de un tímido “buenos días”, “hola” o “adiós”. Fue un día que decidí no ir a trabajar tras levantarme con 39 grados de fiebre que me lo crucé, pero de otra manera. Era el médico que tenía asignado en aquel barrio al que me había mudado hacía tiempo ya.
Nunca había visitado a “mi médico” porque nunca he sido muy de médicos de adulto, imagino que haberme pasado gran parte de mi infancia siendo suturado en varias partes de mi cuerpo tras caídas y hostias múltiples ha influido en cierta forma. Tras pasar un largo rato en la sala de espera yo y mi impaciencia, me levanté para preguntar en el mostrador si realmente tenían mis datos bien y pensaban llamarme, cuando por fin me tocó entrar. Al abrir la puerta allí estaba él, “el tipo de la recta”, como yo lo llamaba. El chico del hola y adiós y el causante de que aquella fiebre que tenía en ese momento estuviera a punto de hacer de mí cenizas tras el sofocón que sentí al verle. Una vez me senté y mientras me quedaba boquiabierto admirando su sonrisa, Jose, que así se llamaba él, me preguntó cuál era el motivo de mi visita…
Después de aquella primera cita vinieron muchas otras más y no todas en su consulta. Me encantaba quedarme dormido apoyando mi cabeza sobre su pecho y era ahí, en su pecho, que siempre le gastaba la broma de que lo hacía porque él era mi médico de “cabecera”…
La relación duró un par de años, justo el tiempo que tardaron en enviarme a otra ciudad a trabajar, y con ello, instalarme en otro barrio, caminar por otras avenidas y por supuesto, tener asignado un nuevo médico de familia.
ILUSTRACIÓN: David Rivas
Poemas y relatos cortos escritos por el escritor y docente Juan Carlos Prieto Martínez
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