Se desvela en medio de la noche con sudores fríos, acaba de tener una pesadilla, una especie de flashback que le ha hecho reencontrarse con sus mayores miedos, aquellos que dejó encerrados en el cajón del olvido hace algunos años.
Fabián tenía 13 años cuando conoció su sexo y sus deseos más feroces, aunque no se atrevía a reconocerlos. Debajo de las sábanas, antes de dormirse, daba rienda suelta a sus pensamientos más lujuriosos; se masturbaba noche tras noche pensando en los sexos y culos de Roberto, Andrés y Fran. Al día siguiente, esta actitud quedaba relegada otra vez al final del día, le dolía pensar en esto. No podía darles la razón a los niños matones de la escuela; él no era maricón, él quería una novia y estaba plenamente convencido de ello.
Sentía una amistad especial por Estefanía, la chica más espectacular de todos los cursos. Quería estar con ella, le mandaba mensajes, se intentaba acercar a ella y tener una conversación agradable entre clase y clase, en medio de los comentarios que pululaban por todas las aulas sobre él y a los que no era ajeno. Nadie se atrevía a decírselos a la cara, pero su mejor amiga, Bárbara, siempre acababa diciéndoselos. Eran amigos, tenían que contarse todas las cosas de las que se enteraran, por crueles que fueran.
– Al mariquita de 2º le gusta Estefanía, ja, ja, ja. Si no sabrá ni lo que es menearse la polla.
– Ya ves, tío, qué maricón. Parece tonto detrás de Estefanía.
La familia de Fabián era consciente de todo lo que pasaba en el colegio católico. Sus hermanos se enfrentaron en varias ocasiones a estudiantes del centro para defenderlo. Sus padres hablaron demasiadas veces con los profesores para que pusieran remedio al acoso escolar que estaba sufriendo su hijo. La respuesta siempre era la misma: «Es cosa de niños, no podemos meternos en esos asuntos, no es nuestra responsabilidad». Fabián era un adolescente especial, distinto; jugaba con muñecas, le gustaba estar mucho con sus dos primas, Patricia y Rosa. En su casa lo adoraban, pero no soportaban sus ataques de ira, soltaba toda la rabia que acumulaba en clase porque era insoportable y vergonzante ser el mariquita del pueblo.
El 10 de julio de 2007 cumplió 14 años, estaba de vacaciones. Sus salidas en las tardes de verano le hacían recordar su punto más débil. Los chicos de su edad ya no se escondían, tenían rienda suelta para disfrutar haciéndole sufrir.
– Maricón de mierda, ven y cómenos los huevos.
Esa misma noche, al llegar a casa, se encerró en el baño con el pestillo echado, se masturbó como de costumbre y después comenzó a ingerir una cantidad desmesurada de medicamentos. A la mañana siguiente, amaneció en el área de Observación del Hospital Leonor de Murcia. Se prometió a sí mismo que nunca más tendría actitudes femeninas y que solo se masturbaría pensando en mujeres; eso ya formaba parte del pasado. La vida le había dado una segunda oportunidad.