UN RABAZO GRANDE
Qué importante es saber expresarse bien y dejar las cosas claras desde el principio para que luego no haya sorpresas inesperadas de mal gusto. Por eso quizá hago tanto hincapié en mis clases de inglés de cuánto puede llegar a cambiar el significado de una frase si nos comemos una letra en una palabra o no la colocamos en su lugar correcto. Siempre pongo el ejemplo en castellano de que a Ramón no le gustaría que le llamaran Jamón, por no decirles que no es lo mismo “un abrazo” que “un rabazo grande”. Como decía la bruja: idiomas, querida…
Aquella vez el fallo no fue gramatical, aunque sí que hubo alguien que se comió algo… Ryan era un chico de Colombia que llevaba poco tiempo viviendo cerca de mi nuevo destino playero. Habíamos hablado en un par de ocasiones a través de una app. Él era de todo: teletrabajaba haciendo seguros, era preparador físico, había estudiado fitoterapia y no sé cuántas cosas más… Quedamos en mi casa y tras departir y platicar mientras tomábamos una copa, nos pusimos a repartir (besos y caricias) y a practicar el arte del soplido con el fuelle (definición de la RAE).
Durante aquella hora que pasamos entre el sofá y la cama pude corroborar que efectivamente Ryan era en trabajos lo que Geyper es en juegos… Por su cuerpo entendí que era preparador físico. Por la pregunta de si tenía alarma en casa tras un ruido en el cristal supe que realmente vendía seguros. Por los movimientos que hacía entre postura y postura deduje que igual también era contorsionista en sus tiempos libres, y tras sacar una crema corporal y colocarme boca abajo en la cama ratifiqué que tenía experiencia en el mundo de los masajes… y tanto. Me puso como una moto con tanto va y viene y por el camino se entretiene… Él me iba preguntando si me estaba gustando y yo le decía a todo que sí. Cuando acabamos, me preguntó que qué me había parecido. No hizo falta que le respondiera a esa pregunta porque mi cara de satisfacción lo decía todo. Esa cara me cambió por completo cuando mientras se vestía me pidió 50 euros. Me dijo que esa era su tarifa de precios… Estaba “claro” que no había sido ídem conmigo, pues en ningún momento me dijo que me cobraría nada por pasar un buen rato. Repetía que no hacía ese tipo de cosas gratis con nadie. 50 euros por un “final feliz”, que en realidad no lo fue tanto…
ILUSTRACIÓN: David Rivas
Poemas y relatos cortos escritos por el escritor y docente Juan Carlos Prieto Martínez
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