Con Vascular, la escultora navarra afincada en Bilbao June Crespo plantea un recorrido por su producción reciente, y revela una afinada y lúcida consciencia sobre las posibilidades actuales y futuras de la escultura española, sin renunciar a la tradición contemporánea y sin romper con sus antecesores.
En estos nuevos pasos que una institución como el Museo Guggenheim está dando, orientados al fin a dar espacio en sus instalaciones a lo mejor de la creación local y de proximidad, y también apostando por las últimas generaciones en incorporarse al circuito artístico internacional, la elección de June Crespo se muestra particularmente acertada.
Primero porque, efectivamente, es de una nueva generación de escultoras españolas (no olvidemos la importante tradición escultórica en nuestro país, apreciada mejor que otras ramas del arte en el concierto internacional) que ya ha suscitado interés fuera: participó, junto a su coetánea Teresa Solar Abboud, en la última Bienal de Venecia. También porque su praxis artística no se basa en la ruptura con esa misma tradición, sino en un planteamiento de diálogo que le permite referirse veladamente a tótems como Susana Solano, o a la propia tradición de la escultura vasca desde los tiempos de Chillida y Oteiza a los mucho más cercanos de Txomin Badiola o Ana Laura Aláez, sin dejar de expresar una personalísima voz propia entre tanto referente.
June Crespo se ha ganado una justa fama por sus aproximaciones escultóricas con materiales de toda la vida desde nuevas ópticas. En Vascular trabaja ideas en torno a las conexiones capilares, los vasos de humanos, animales y vegetales, las conducciones sinápticas y las estructuras tubulares del interior de los seres vivos, pero también de las construcciones de ingeniería de lo humano, las redes y todo lo artificial que generamos tomando como partida lo natural que nos conforma.
Lo hace aprovechando también la homofonía entre este verbo con ‘v’ y el otro verbo con ‘b’: el trabajo de Crespo lleva años basculando entre los materiales orgánicos y los inorgánicos, entre las estructuras geométricamente definidas y lo inconcreto natural, entre naturaleza y construcción social, entre consumo masivo y medio ambiente, entre el gesto puro y la narración abierta. Generalmente, además, en una misma escultura.
Ya estén realizadas en metal o en hormigón, incorporan muchas veces otros materiales que las revisten, apoyan o completan, ya sean textiles, plásticos, resinas sintéticas, restos orgánicos u objetos encontrados. A la vez reproducen patrones puramente escultóricos o incluso arquitectónicos y de la ingeniería, pero que también simulan, o en los que se reconocen, partes del cuerpo, habitualmente del comprometido y político cuerpo de la mujer, que a día de hoy sigue pareciendo una moneda de cambio como tantos otros cuerpos marginados o marginales…
La idea que parece subyacer bajo el trabajo de Crespo es la de situar la escultura en una línea histórica, para luego ejecutar un corte sincrónico allí donde han entrado nuevas filosofías, nuevas formas de pensar la realidad o incluso hechos puntuales de importancia histórica. Su trabajo habla igualmente de la propia escultura vasca y sus temas liminares como de la incidencia del Antropoceno en el planeta, la actualidad del movimiento feminista o los ciclos de consumo de la humanidad. A la vez, pero en distintos planos de lectura. Orquestando una fascinante sinfonía de ideas poliédricas que, generalmente, han encontrado una exquisita forma de evidenciarse en materia y espacio. Porque sus esculturas, aparte de complejas, mantienen siempre un emocionante equilibrio con lo bello.