Guillermo quiere ser invisible

Microrrelato gay. Guillermo está asustado, odia ir al instituto porque los matones de su clase se ríen de él por tener pluma. Escrito por Juan Pablo Manzano Gálvez.

Agresión LGTBIfoba
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Juan Pablo Manzano Gálvez

Juan Pablo Manzano Gálvez

Soy gay, periodista y ferroviario. Me encanta viajar solo o con mi mamá.

16 agosto, 2024
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Estaba exhausto, paralizado, era como si ya nada le importara. Se sentía desubicado, había perdido la noción del tiempo y del espacio. Un chico de otro curso se dirigió a él para entregarle su móvil, se le acababa de caer de uno de los bolsillos del pantalón y no se había dado cuenta. Los estudiantes pasaban por su lado y lo miraban estupefactos. Guillermo estaba intentando asimilar lo que había sucedido.

Era un chico tranquilo, silencioso y poco problemático. Fallaba en los estudios, pero le daba bastante igual. Él vivía pensando en permanecer en la sombra, en no hacerse notar demasiado ante el resto de adolescentes con los que tenía que convivir día tras día en el instituto, en ese maldito instituto.
Se refugiaba en la comida basura. Sus padres le insistían con que comiera sano. Sus compañeros comenzaron a decirle gordo en los cambios de clase, cuando ningún profesor estaba presente. Guillermo tuvo que asumir otro adjetivo además del de sarasa.

La semana anterior le había tocado a Alejandro ser el centro de las burlas, un compañero de clase de Guillermo. Algunos alumnos decidieron encerrarlo en el cuarto de la limpieza y tirar su mochila a la basura. En su pupitre restregaron el bocadillo de sobrasada que Alejandro llevaba para el almuerzo. Grabaron todo con sus móviles y lo colgaron en sus redes sociales. A las horas, los vídeos empezaron a circular por numerosas conversaciones de WhatsApp. Alejandro parecía un ser insufrible, al que no le importaba ser el centro de atención por algo tan denigrante. Guillermo vivía angustiado pensando que cualquier mañana podría ser él el protagonista de esos vídeos.

La pesadilla de Guillermo se hace realidad

Era una mañana de primavera soleada, el invierno acaba de finalizar y el tiempo era agradable en Bilbao, se notaba en la actitud de la gente, había entusiasmo por hacer cosas, por estar activo; el letargo por las semanas frías y lluviosas había quedado atrás. Gabriel, Sergio y Rubén, compañeros de clase de Guillermo, estaban bastante animados desde primera hora, se encontraban sentados al fondo del aula. Guillermo notó cómo se estaban centrando en él, cómo sus miradas lo escrutaban; tenía un sexto sentido para esto. Estaba tenso y preocupado. No se relacionaba con nadie, ni con Alejandro, a pesar de tener algo en común: eran los chicos raros del instituto .

En el cambio de clase, cuando iban camino al pabellón de deportes, Gabriel, Sergio y Rubén comenzaron a decirle “gordo sarasa”. Guillermo aceleró el paso para llegar pronto a clase y estar a salvo junto a la profesora de Educación Física, Gloria, pero no pudo llegar ileso. Justo antes de llegar a las escaleras que unían el primer piso con la planta baja, los tres matones lo agarraron de la mochila y lo frenaron.

– “Sarasa, eres un maricón de mierda. ¿Qué te pasa que te has puesto tan gordo?”. Le dijo Sergio.

Acto seguido le lanzo un escupitajo a la cara.

– “Que sea la última vez que tus padres hablan de nosotros en el instituto. Ayer llamó la jefa de estudios a nuestros padres para decirles que nos metíamos contigo”. Le anunció Sergio.

Guillermo permanecía en silencio. Era incapaz de articular una palabra. Tenia la mirada clavada en el suelo.

– “Quieres hablar, gordo asqueroso. Sarasa, que eres un sarasa. Como vuelvas a hablar de nosotros, te arrancamos los huevos, maricón”. Le amenazó Gabriel.

Rubén decidió propinarle una patada en el estómago. Al golpe de Rubén se sumaron los empujones de Sergio y Gabriel. Le rompieron la mochila y le rasgaron la camiseta. El resto de alumnos que pasaban miraban atónitos. Algunos se paraban, aunque ninguno se atrevió a defenderlo. Tampoco hubo revuelo.

Tras los golpes, todos continuaron su rumbo menos Guillermo. Estaba en shock, no era capaz ni de soltar una lágrima. Le vino a la mente una imagen: su madre abrazándolo y diciéndole que todo estaba bien, que estaba protegido.

 

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