La Organización Mundial de la Salud (OMS) definía la salud como el estado de completo bienestar físico, mental y social, y la enfermedad como cualquier afección que afecte la autonomía del individuo en estos aspectos. En términos médicos, la falta de salud se entiende como la presencia de un malestar físico, mental o social, cuyo diagnóstico corresponde a los profesionales de la salud.
En 1973, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) eliminó la homosexualidad de su lista de patologías, lo cual marcó un hito en la despatologización de la diversidad sexual. Más tarde, el 17 de mayo de 1990, la Asamblea General de la OMS hizo lo propio eliminando la homosexualidad de su clasificación de enfermedades.
Para que algo sea considerado una enfermedad mental, se requiere un reconocimiento científico que conlleva diagnóstico y tratamiento. A lo largo de la historia de la medicina y la psicología, ha habido un debate constante sobre el instinto sexual y la identidad de género. Durante siglos, la sodomía y el amor entre personas del mismo sexo fueron objeto de interminables discusiones sobre si eran condiciones innatas o adquiridas.
Fue necesario esperar 28 años más para que, en 2018, la OMS despatologizara la transexualidad, aunque todavía la incluye en sus manuales como “incongruencia de género”, fuera de la categoría de patologías. Cabe recordar que, al igual que cualquier otra persona, las personas trans tienen una orientación sexual individual.
Es fundamental entender que el concepto de “despatologización” está intrínsecamente ligado al de la “autodeterminación de género”. En otras palabras, si una persona no está enferma, no debería tener que demostrarlo. Esto no significa que las personas trans no puedan padecer enfermedades biológicas, genéticas o mentales, como cualquier otra persona. Aunque la transexualidad ha sido despatologizada, la patologización persiste en el subconsciente colectivo (e incluso dentro del propio colectivo LGTBI+) debido quizás al concepto de “disforia de género”, que no es más que una manifestación de la intolerancia social.
Por todo esto, debido al retraso en el reconocimiento de los derechos de las personas trans, quienes han sido históricamente las más discriminadas dentro del colectivo LGTBI+, es necesario seguir luchando. Hoy en día, las personas trans seguimos siendo cuestionadas, y el reconocimiento del artículo 10 de la Constitución Española, que protege el libre desarrollo de la personalidad, se pone en duda o directamente no se respeta para nosotras.
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