El chemsex, el consumo de drogas con fines sexuales en sesiones que pueden prolongarse horas o incluso días, está tomando fuerza y se señala ya como uno los principales focos de nuevas infecciones de VIH. Un fenómeno, predominante entre hombres que tienen sexo con otros hombres (HSH), que está suponiendo un desafío creciente para la salud pública por su impacto en la transmisión de nuevas infecciones, así como, entre otras, en la salud mental de quienes lo practican.
Chemsex y la transmisión de VIH
La encuesta europea EMIS 2017 revelaba que un 14% de los hombres que tienen sexo con otros hombres ha recurrido a las drogas para intensificar o prolongar sus encuentros sexuales. Lo que se traduce en prácticas sexuales que incrementan las infecciones por VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS), como la sífilis o la gonorrea. A ello se suma que, según la Agencia de Salud Pública de Barcelona, los casos asociados al chemsex han crecido considerablemente en los últimos años, llegando a triplicarse en algunas ITS.
Datos recientes del Congreso de la Sociedad Clínica Europea de Sida (EACS) muestran que la prevalencia del chemsex entre personas con VIH en la comunidad LGTBIQ+ alcanza un 29%. Una tendencia que no solo implica riesgos inmediatos, sino que también desafía los esfuerzos de control de enfermedades como la hepatitis C, cuya transmisión ha aumentado en los usuarios de chemsex.
Salud mental y adicción en el chemsex
Sin embargo, los efectos del chemsex van más allá de las enfermedades de transmisión sexual: su vinculación con drogas como la mefedrona o las metanfetaminas potencia la dependencia física y psicológica, aumentando el riesgo de ansiedad, depresión y otros trastornos.
Existe relación entre el chemsex y la salud mental, destacando la alta frecuencia de problemas psicológicos y el aislamiento social que provoca. En muchos casos, esta relación nociva se origina porque la persona ya padece ansiedad o depresión y recurre al chemsex como vía de escape, convirtiendo una situación psicológica en causa, no en consecuencia.
La práctica del chemsex esta claramente relacionada con una peor calidad de vida en relacion a la salud. Ayudar a detectar prácticas de chemsex puede dar información muy valiosa a los equipos médicos con el objetivo de establecer estrategias de intervención para reducir el deterioro en salud de estas personas.
Por ello hay que enfatizar la necesidad de un enfoque libre de prejuicios que abarque tanto la salud sexual como el apoyo psicológico. Queda claro que es crucial reforzar los esfuerzos de prevención y tratamiento en torno al chemsex, capacitando a los profesionales de la salud para identificar rápidamente a quienes participan en estas prácticas y promoviendo el desarrollo de campañas informativas efectivas para mitigar el impacto de este fenómeno.
También es fundamental crear espacios de confianza donde los usuarios de chemsex se sientan comprendidos y puedan expresar sus experiencias sin temor al estigma, promoviendo así una comunicación abierta y segura. O iniciativas como la plataforma eresVIHda.es, que ofrece información accesible y precisa sobre distintos aspectos del VIH y que, elaborada por expertos, es un buen ejemplo de cómo acercarla a quienes la necesitan.
En definitiva, el chemsex se ha convertido en un desafío creciente que requiere de esfuerzos coordinados entre sistemas de salud, redes comunitarias y políticas de salud pública adecuadas. En esta lucha, el diagnóstico precoz y una atención empática resultan esenciales para reducir su impacto y proteger la salud de los usuarios.
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