Resulta emocionante e inspirador leer a alguien como Pol Guasch. Acercarse a sus historias es reconocer en ellas un sentimiento común que atraviesa a toda una generación de jóvenes que, como él, intentan sobrevivir en un mundo precario, caótico y salvaje. Guasch nació en Tarragona en 1997, y con tan solo 27 años ha conseguido publicar dos novelas en Anagrama, la primera de ellas, Napalm en el corazón, ganadora del premio que entrega la editorial, y dos poemarios.
Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, alemán e italiano, entre otros idiomas, y este 2024 su nombre ha sonado con más fuerza que nunca gracias a En las manos, el paraíso quema, un fenómeno literario que ha roto barreras más allá de su Cataluña natal. Su conciencia de clase viene acompañada por un fuerte discurso queer que defiende con fiereza y con el que impregna todo aquello que escribe.
“Me siento un poco ajeno a las etiquetas que me ponen. Para muchos soy ‘el joven’, ‘el catalán’, ‘el marica’, y efectivamente soy todo eso, y son tres cosas que me atraviesan. Pero tengo la sensación de que, cuando se hace, es con un matiz de prejuicio absoluto, con la intención de confinar tu pensamiento para recordarte que tu propuesta nunca podrá aspirar a lo universal, que es algo de nicho. Pero, además de ser el presente, somos la voz del futuro”, afirma.
Cuando uno se propone escribir, siempre le recomiendan que empiece escribiendo sobre aquello que conoce. Pero muchas veces, las personas LGTBIQ+ evitan hacerlo desde su realidad porque no quieren seguir transitando por sus heridas. Sin embargo, muchas de esas realidades nos pueden aportar algo distinto –y mucho más interesante– de lo que se hace habitualmente desde la normatividad.
“Decía Maria Mercè Marçal, una de nuestras grandes poetas, que formar parte de una cultura oprimida es una condena, pero a la vez una gran suerte, porque es una manera de estar constantemente repensando, no solo tu propia historia, sino también tu futuro. Las personas queer tenemos la suerte creativa de reimaginar nuestro propio mundo. Desde la disidencia, la creación es mucho más rica porque se viven cosas que otros no conocen, y surgen historias más complejas y atractivas. Todo esto, por supuesto, sin ‘romantizar’ el sufrimiento, ni el desarraigo… Pero solo hay que ver que estamos haciendo cosas magníficas, y las vamos a seguir haciendo”, explica el autor.
No obstante, está muy arraigada la idea de que lo queer debe ser intrínsecamente político. Algo que no termina de convencer al escritor: “Me parece que también puede tener sus sombras. Si acabas pensando que todo el arte queer es obligatoriamente político, acaba convirtiéndose en un panfleto y pierde el potencial creativo del propio arte. Hay que dejar que la obra hable por sí sola, y que el tiempo le dé el valor político que tiene, si es que lo tiene. Prefiero defender una cultura queer libre, ni panfletaria ni identitaria. También nos merecemos un arte queer que no sea transformador. Además, creo que nuestra propia existencia ya es política, por lo que todo, lo que hagamos, va a serlo sin la necesidad de crearlo con esa intención”.
FOTOS: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
VÍDEO: PABLO CARRASCO DE JUANAS