Se respiraba una agradable calma en el Movistar Arena minutos antes de que comenzara, muy puntual, la segunda cita –sold out, como la primera– de Rels B en Madrid, en el arranque de su ambicioso A New Star World Tour. No suele ser así durante los prolegómenos de cualquier concierto de música urbana –etiqueta que, sin duda, se le quedó pequeña al mallorquín hace tiempo–. Si lo habitual es sentir alrededor en este tipo de citas una excitación desbocada, lo que sentí anoche es que Rels B tiene bien educado a su público, que resulta ser, por ende, muy educado.
Las energías se guardan para el show, que para algo Rels B se tira el concierto gritando “¡Sin público no hay show!». Básicamente, desde el minuto uno. Porque si es indiscutible a estas alturas que es una estrella –persiguiendo esa nueva estrella que le guía en esta nueva, y triunfal, etapa iniciada con su último álbum, A New Star (1993)–, lo que Dani Heredia tiene muy claro es que sin sus entregados seguidores no es nadie. Y lo recuerda en cada pausa de un show tan bien medido y espectacular como emocionante. Es básicamente un one man show –sin desmerecer a sus bailarines y coristas, obvio, pero que durante casi todo el concierto están en un discreto segundo plano–.

Imagen de Rels B en el Movistar Arena de Madrid el domingo 2 de marzo.
Una enorme pantalla –ya no se concibe un macroconcierto sin ella– y una enorme pasarela son casi los únicos recursos escenográficos –también usó en momentos clave una plataforma–, a los que se saca el máximo partido expresivo. Todo enfocado al mismo resultado: sentir la cercanía de un artista que se deja la piel para que incluso la persona con una entrada de visibilidad más reducida sienta durante dos horas que no solo disfruta con las canciones de Rels B –menudo arsenal de hits acumulados, por cierto–, también con la compañía de ese orgulloso mallorquín que es Dani. Cuanto mayor es el impacto global de su música, más empeñado parece él en evitar que el éxito le aleje de sus seguidores.

Rels B en la primera noche en Madrid en el Movistar Arena. Foto: Christian Hors
Se presentó en su segundo concierto madrileño de blanco riguroso (tras ir de negro la noche anterior, en la que confesó haber sentido más nervios) y la conexión fue inmediata. La utilización puntual de vídeos caseros contribuía a la complicidad, y la capacidad de adaptar las proyecciones en función del deseo de reforzar la emotividad o la espectacularidad resultaba brillante –en ocasiones, apostando por la literalidad; en otras, por un acertado futurismo abstracto–. Y durante todo el concierto, Rels B recorriéndose la enorme pasarela arriba y abajo, feliz de escuchar al público corear al dedillo todas y cada una de sus canciones –en ocasiones, la pantalla proyectaba además las letras, a modo de macrokaraoke–.
El repertorio, impecable. No faltó ni uno de sus clásicos de siempre (Cómo dormiste?, Pa quererte, Tienes el don, Sin Gato), ni tampoco los más recientes, como la muy celebrada La vida sin ti. Lia Kali no estuvo para cantarla con él como en el álbum, aunque obviamente su voz sí sonó. De hecho solo hubo dos invitados, protagonistas de dos intensos momentos de la noche. Con J Abecia cantó, como la noche anterior, Te regalo. Y RVFV apareció para interpretar con Rels B Mi luz.

Rels B en la primera noche en Madrid en el Movistar Arena. Foto: Christian Hors
Basculando principalmente entre el afrobeat y el hip hop, el artista dejó bien claro que a estas alturas tiene un estilo personal y muy reconocible, que le permite fusionar estilos sin desdibujar su personalidad como intérprete. Y su generosidad, patente como cuando dejó brillar a sus seis coristas –entre ellos, Javier Simón– interpretando, a modo de interludio, el clásico r’n’b de Nelly y Kelly Rowland Dilemma.
Tan emocionado como agradecido, Rels B concluyó su segunda noche triunfal en el Movistar Arena con un orgullo evidente de sus raíces, de no haber traicionado sus principios en pos de un éxito masivo que igual podría haber llegado antes –pero que no habría disfrutado igual– y consciente de que su legión de fieles, disfrutones y respetuosos, no deja de crecer, fascinada por sus canciones, su carisma, su fotogenia –¿cuántas veces escuché a mi alrededor «qué guapo, madre mía»?– y su apuesta franca por la autenticidad.