Hay un momento en la vida –y suele ser entre el primer tatuaje y la primera crisis con el psiquiatra de confianza– en el que uno, simplemente, necesita parar. La vida va tan rápido que se nos olvida lo más básico: cuidarnos. Todo es scroll, planes, eventos, Grindr, ansiedad, deseo, frustración, comparación, validación. De verdad, ¿deseamos todas esas cosas? Reputación, una pareja atractiva, una mascota cozy, un trabajo estresante, pero aparentemente envidiable, viajes sin tiempo de disfrutarlos, tener sexo sin ningún tipo de responsabilidad afectiva ni atisbo de humanidad…
Queremos más porque, como dice Fangoria, Más es más. ¿Qué opina nuestra autoestima de todo eso cada vez que te conectas a tus redes sociales? ¿Cada domingo cuando vuelves a casa después de un fin de semana interminable de comidas, cenas, fiestas y festivales, un poco de sauna y algo de chill con –o sin– ‘chuches’? Poco, ¿no? Porque, total, el tiempo pasa rápido –y en ciudades como Madrid, más– y, antes de que nos dé tiempo de asimilar, el fin de semana vuelve a empezar. No sabemos parar. Y siempre, siempre, con una sonrisa bien puesta, porque estamos bien, ¿no?
Es posible que un día alguien te mire, es posible que ese día seas tú mismo frente a un espejo, y es posible, también, que no te reconozcas, pero ese alguien te diga: para, maricón. PARA. Así es como uno se da cuenta de que lleva meses respirando solo lo justo para no desmayarse, porque te da miedo parar, te da miedo tu propia oscuridad, el vacío y el silencio. Pero solo en ese lugar abandonado, se puede encontrar la esencia, la libertad y hasta la propia vida. Sí, yo también huí lo más lejos posible de muchas cosas que he mencionado. Aunque es cierto que yo huí muy lejos literalmente: me fui a la India, a Tailandia y a Bali –creyéndome Julia Roberts en Come. Reza. Ama–, con mi alma agotada en mi propio proceso de ‘parar’.
En mi vida he hecho muchas cosas: eventos, publicidad, márketing… He emprendido, en algunas cosas he tenido éxito y en otras he fracasado. Aun así, me he levantado, he explotado, he conectado y sigo aprendiendo a bailar cada día en la incomodidad del momento. En todo caso, y sin pretenderlo, terminé formándome en yoga, quiromasaje y masaje tailandés, integrando cuerpo, mente y alma en mis nuevos proyectos.
Así fue como, sin darme cuenta, nació Atmanity, un proyecto con el que, junto a Pedro Serrano, intentamos cambiar la supervivencia por vivir en la esencia. Un espacio para quienes no quieren más máscaras, sino más abrazos reales, para los que buscan conectar con la luz y el amor para aprender a ser felices.
¿Qué es Atmanity? ¿Son retiros? ¿Es yoga? ¿Bailar? ¿Comer bien y hacer deporte? Es todo eso y mucho más. Atmanity es una comunidad de hombres conscientes y conectados que saben que su cuerpo no es un app, su alma no es un feed y la esencia no se vende. Así que, si te has parado a leer esto y has llegado hasta el final, ¿por qué no nos escribes?