Dos libros hechos de versos y de fantasmas, tan lejanos y tan próximos en su lírica. Así son y así se leen El hombre que yo amo, de José Manuel Lucía Megías (Huerga y Fierro), y Teresita Mortandad, una novela ridícula, de Luis Salaberría (La Umbría y la Solana). Igual de contrapuestos que sus argumentos son sus autores, Lucía, catedrático de Filología Románica y cervantista reconocido por sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid, ese centro de lo reivindicativo donde las pancartas se juntan con la reflexión de los clásicos en lenguas muertas que están muy vivas. Y Luis Salaberría, artista plástico, acostumbrado a la soledad elocuente de sus pinceles.
Ambos, Lucía y Salaberría, comparten su vida con él, con ellos. Sin conocerse ni haberse visto nunca antes, los dos escritores, que asoman a la sesentena, trazan historias que convergen en algún punto común, quizás en el infinito, probablemente en la casa de al lado. Porque el impulso de querer a otro individuo del mismo sexo habita junto a nosotros, puerta con puerta, patio con patio, pupitre con pupitre.
Una historia de fantasmas (Luis)
Teresita Mortandad, una novela ridícula… la primera ficción de Salaberría, más acostumbrado a las salas de arte, es una mezcla de géneros con varias capas: una de apariencia cómica, con tintes eróticos y de terror, y otra más oculta, que habla de las pérdidas que conlleva el paso del tiempo. Así que el lector, que tiene en Damiancito un personaje goloso, dispone de la opción de reírse y de percibir la tristeza. O ambas a la vez.
Mortandad es el apodo de Teresa como artista y su diminutivo, la manera en que la conocen sus cercanos. Es ridícula (lo dice el título, no quien esto firma) porque contiene elementos absurdos y humorísticos, metaliteratura pura. No hay amor en esta historia original de muchos recorridos, hay muerte y humor de la primera a la última página. Salaberría es lector de largo, cómo explicar si no, este brillante debut. ¿La literatura como bálsamo? “Espero reírme, excitarme, entristecerme o pasar miedo cuando leo y esas emociones están en lo político, porque todo es político: con quien prefieres hacer el amor, cómo te relacionas socialmente, a qué tienes miedo, de qué te ríes…”, apunta.
Si bien, la conciencia literaria abarca algo más importante que a uno mismo: “Sirve como reclamo de derechos, pero también y previamente, como forma de fortalecer al lector como individuo frente a condicionamientos impuestos por otros”. Salaberría confiesa que su juventud transcurrió pareja revistas como El Víbora y a una narrativa erótica y de terror; también a películas de Buñuel, Zuleta y Almodóvar. “No es necesario leer a Marx para tener una conciencia política”.
El creador de esta novela que deambula entre el espiritismo y el arte con excéntricos personajes (un joven bisexual, una fantasma ninfómana y un escritor fracasado, entre una corte coral) escribe para salir de su zona cómoda. “Por comunicarme con los demás con elementos que no sean meramente plásticos, por coherencia, por afán de aventura, por reírme de mí mismo…”.
¿Debe un homosexual escribir de lo suyo para reafirmar su conciencia personal? “No necesariamente, pero si un autor quiere hablarnos de sí mismo, que lo haga, aunque no es su obligación. Alana S. Portero (la autora de La mala costumbre, un libro sobre su transexualidad), puede escribir una novela o lo que quiera porque tiene la capacidad y el derecho. Rafael Chirbes escribió de muchos temas, también de su homosexualidad en Paris-Austerlizt, y lo hizo con tanto distanciamiento que parecía un tema muy ajeno a su biografía. Quiso alejarse para hablar de ello”.
Contra el silencio, los versos (José Manuel)
José Manuel Lucía Megías subraya, por su parte, que su poemario “es una crónica de nuestro particular viaje sentimental de nuestros orígenes cuando comenzábamos a sentir, a amar… cuando nos hacían sentir que éramos diferentes y nos callábamos, y permanecíamos en silencio. Es mi manera de gritar a los cuatro vientos que ni éramos ni somos diferentes, que los únicos que han de quedarse en silencio son los fascistas que quieren imponer una idea de sociedad basada en el odio. Ellos son los diferentes. Ellos son los que no merecen vivir en sociedad. A ellos les tenemos que condenar al silencio”.
En contra de lo que pueda parecer, ese hombre del título no es solo quien comparte su vida con el autor, sino que lo representa a él mismo. “También soy yo, este hombre en que me he convertido y que ha sido capaz de romper tantos muros y decir abiertamente lo que nos hemos pasado una vida callando, dejándolo en las grietas de la duda. En estos, creo que estos gritos de identidad son más que necesarios”.
Para este profesor, que agita desde las aulas a una sociedad dudosa, autores como Lorca, Cernuda, Gil de Biedma, – tres de los poetas a los que rinde homenaje, junto a Luis Antonio de Villena-, los imagina “con una sonrisa al vernos pasear por la calle cogidos de la mano, demostrando nuestro afecto en los espacios públicos. Esa misma sonrisa que he sentido, cuando he visto a dos jóvenes dándose un beso a la puerta de una biblioteca o en una playa, con la normalidad del amor y de la pasión, sin tener que mirar de reojo si alguien esboza un gesto de negación”.
Son los “besos públicos”, todos los que durante años y años “nunca pudimos darnos. Pero -advierte el docente- también hemos de ser conscientes de que hay muchas personas que hoy están luchando para devolvernos a la oscuridad y al silencio. Y no se lo podemos permitir”.
“En estos momentos, más que nunca, debemos ser capaces de expresarnos con toda normalidad, cantar a los cuatro vientos nuestros recuerdos y nuestros anhelos, nuestros deseos y nuestro amor. No hay fuerza más poderosa que el amor, y los fascistas lo saben y por eso intentan llenar nuestro mundo de odio. La literatura nos permite ponerles delante de sus caras el espejo de su propia inutilidad: el amor lo vence todo. Y nuestro amor es uno más, uno que permite hacer de este mundo algo más humano”.
¿Un profesor que escribe es mejor profesor? “Soy catedrático cuando doy clases o investigo sobre Angiolieri, Dante, Petrarca o Cervantes, como lo soy cuando estoy escribiendo un poema. Igual que soy poeta cuando abro la puerta de un aula y comienzo a hablarles de la poesía trovadoresca del siglo XII o de la grandeza de los textos de Christine de Pizan. La literatura es mi forma de comunicarme con el mundo, y en esta comunicación he encontrado poetas y escritores que me han acompañado de la mano como los amigos que son, desde Cervantes a Kavafis, desde Oscar Wilde a Proust, pero también Margarite Yourcenar, Duras, Borges, Cortázar, García Márquez, Ángel González, José Luis Sampedro, Luis Alberto de Cuenca, Marifé Santiago Bolaños, Rosa Montero, Leonardo Padura o Lorenzo Silva”.