«El cielo abrió mi corazón y entraste tú, más rápido que una bala y con la precisión del bisturí de un cirujano plástico. Y en el infierno se oye mi voz, gritando amor, gritando te quiero». Siempre he defendido que Gritando amor, el temazo de McNamara & Miguélez del disco Rock Station, es una de las canciones de amor más bonitas de la música española. Por eso, no me extraña nada que haya sido elegida como himno de este Orgullo de Madrid 2025, versionada por el propio Miguélez y Samantha Hudson. Una canción perfecta para celebrar, además, el 20 aniversario de la ley del matrimonio igualitario.
Y aunque todos sabemos que el Orgullo no se trata de amor, ni de «love is love», sino de nuestras propias identidades y existencias, este año he pensado mucho en el concepto del amor y el significado que tiene para todas las personas LGTBIQ+ que hemos salido a la calle durante esta pasada semana.
Durante gran parte de nuestras vidas nos han enseñado que esto del amor no es para nosotros. Que lo nuestro es el ostracismo, los márgenes, la oscuridad y la soledad. Que nuestros referentes no protagonizan comedias románticas, y que solo aparecen en dramas sociales. Porque para qué vamos a enamorarnos si nadie va a querernos. Lo sé, es difícil construir una madurez sólida con esos cimientos, antes hay que curar muchas heridas y sanar esa infancia y adolescencia grises.
Pero si algo tenemos las personas LGTBIQ+ es el poder de construir. Construir sobre un terreno yermo y masacrado por las llamas de esos que decidieron reducir a cenizas nuestras vidas. Construir una identidad que antes habíamos borrado para poder encajar; construir una salud mental férrea, a pesar de todo; construir una familia lejos de la nuestra. Construir. Y, lo mejor de todo, es que podemos construir con absoluta licencia poética. Un plano arquitectónico que poco tiene que ver con los esquemas heteropatriarcales por los que se rige el resto del mundo. Somos mucho más libres, porque ellos nos quisieron sacar a los márgenes y decidimos pintar los bordes de arcoíris.
Hemos aprendido que existen muchos tipos de amor, tantos como tipos de identidades y de personas. Que los modelos de familia son demasiado amplios como para reducirlos a esa familia tradicional que clama por su supuesta desaparición. Y que el amor es un concepto demasiado amplio como para limitarlo a algo tan pequeño. Aún sigue siendo uno de los grandes misterios de la vida, y una de esas cosas que se llenan de interrogantes cada vez que nos hacen sentir una vibración en el pecho.
Este pasado sábado, tuve la suerte de estar una vez más en una de las carrozas que recorren el centro de Madrid; esta vez, la que ha hecho Shangay de la mano de Basic-Fit (con boda lésbica a bordo incluida). Desde allí, pudimos ver a los cientos de miles de personas que rodeaban el paseo del Prado y el de Recoletos con emoción e ilusión, las calles llenas de color, música, diversidad, libertad y amor. Primero, de amor propio, porque antes tenemos que amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás.
Posiblemente haya sido el Orgullo en el que más feliz he estado, precisamente porque me he sentido desbordado de amor. Amor por Josema, por todo lo que hemos construido y por lo mucho que nos queda por construir. Pero también amor por los amigos, porque también tenemos que enamorarnos de ellos. Ellos son nuestro refugio, nuestra familia escogida y nuestro lugar seguro. Amor por Juanra y Bernardo, que hemos vivido nuestro primer Orgullo juntos, uno inolvidable, y sé que no será el último. Amor por Pablo, Agus, Patri, Miguel, Javi, Jose, Nacho, Alfonso, Álvaro, Salva y otros incondicionales que forman parte de cada Orgullo. Amor por Celia y Andrea, esas amigas de la infancia que fueron refugio cuando más lo necesitaba, y verlas celebrando el Orgullo me llenó de mucho más amor. Y también amor frente a esos que nos odian, que rabian porque nos expresamos con libertad, amor como arma arrojadiza.
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Y que no falte el amor por la música, que tantas veces nos ha salvado en nuestra vida, por la que bailamos, sentimos y celebramos. No nos olvidemos de celebrar, por favor, hagámoslo con rabia, con la piedra guardada en el bolsillo para cuando tengamos que lanzarla, con reivindicación, como lo hicieron en Stonewall. Pero que no se nos olvide que en 1969, aquellos disturbios se iniciaron porque un grupo de personas estaban celebrando su vida. Que no nos corten la música y sigamos bailando siempre. Como dice Javier Ambrossi: «El Orgullo es la fiesta de los que no éramos invitados a la fiesta».
Ah, y si alguien quiere relegarnos al infierno, recordad que desde ahí se oirá nuestra voz gritando amor, gritando te quiero.