No es nada habitual ver en cines en pleno agosto una película como Indomables (On Swift Horses, en su título original). Dirigida por Daniel Minahan, basada en la novela de Shannon Pufahl, es un filme que juega con el espectador de la misma manera que sus protagonistas se juegan su destino a una carta, cuando esta aparece por sorpresa.

Will Poulter, Daisy Edgar-Jones y Jacob Elordi en Indomables
Cuesta compartir una sinopsis sin que comiencen a aparecer spoilers, y es que lo mejor de Indomables es, precisamente, la manera en que va evolucionando, jugando con los géneros y desvelando características de sus personajes que permanecen ocultas al principio de la película –forzados por las circunstancias en que viven y por la represión propia de los años 50 en Estados Unidos– , y que por lo inesperado de sus vivencias salen a la luz incluso a su pesar.
El único personaje que apuesta desde el minuto uno por vivir de la manera más convencional posible es Lee (Will Poulter), muy enamorado de Muriel (una estimable Daisy Edgar-Jones, conocida sobre todo por la serie Normal People), que se resiste a casarse con él, aunque llega un momento en que, sin estar excesivamente convencida, acepta. Lo hace delante del hermano de su futuro marido, el atractivo Julius (Jacob Elordi, que juega con su sensualidad –y una morbosa homosexualidad– casi más que en Saltburn).
Juluis llega de la guerra de Corea y pone un poco patas arriba la tranquila cotidianeidad de su pareja. Desde un principio queda claro que es un alma libre, y eso atrae a Muriel, aunque no queda claro en un principio si esa atracción es sexual o no. Deciden irse los tres en busca de una mejor vida a California, aunque Lee enseguida se baja del barco sin decírselo, y prefiere irse a Reno, en Nevada, el reino del juego, precisamente a jugar, a todos los niveles, también el emocional.

Sarah Calle en Indomables
Muriel aprovecha su nueva vida en California para jugar también a espaldas de su marido. En el sentido literal, apostando en carreras de caballos, y en el sexual, porque conoce por casualidad a una vecina, evidentemente lesbiana (espléndida Sarah Calle) que trastoca su día a día. Lo mismo le ocurre a Julius cuando conoce a un compañero de trabajo mexicano (Diego Calva) hacia el que siente una atracción difícil de controlar.
En la distancia, los cuñados viven experiencias similares, y poco a poco la película va definiendo lo que realmente reivindica en formato de melodrama, progresivamente más y más queer: la libertad para explorar la identidad y el deseo, en un mundo que empujaba a las personas que lo hacían a los márgenes, los encuentros furtivos, los espacios de cruising y, en definitiva, a arriesgar un día a día tan placentero como el de una persona heterosexual…, la cara oscura del sueño americano, que resuena poderosamente en la actualidad que vivimos.

Diego Calva en Indomables
Daniel Minahan juega con brío con los géneros y con el deseo de sorprender al espectador. No siempre le sale bien, pero ese es uno de los encantos de una película que no en todo momento se toma a sí misma demasiado en serio, de igual manera que no siempre resulta creíble Jacob Elordi como una persona que vive en los años 50. La manera en que se proyecta su sexualidad se ve en ocasiones más actual que la propia de mediados del siglo pasado. Igualmente, resulta apreciable cómo está rodada y cómo se parte de un trío encadenado por lo emocional que termina convirtiéndose en un quinteto movido por una sexualidad que no resulta fácil frenar.
Indomables es una película que se aleja de lo que estamos acostumbrados a ver en la cartelera veraniega, y una apuesta por la visibilidad LGTBIQ+ que se agradece en un mes en el que predomina de manera rotunda la heterosexualidad normativa en las grandes pantallas.

Jacob Elordi en ‘Indomables’