Mad Is Mad, la galería más famosa de Chueca, cumple su vigésimo aniversario, ubicada donde siempre estuvo: en la calle Pelayo. Lo celebra con una exposición colectiva de los primeros veinte artistas que exhibieron: cuando ya demostraban que iban a ocupar un puesto distinto en el panorama español.

Interior de Mad is Mad.
Cuando Mad Is Mad abrió sus puertas, con ese nombre que ya era una declaración de intenciones sobre su deseo de enloquecer a la capital y rendirle tributo a sus creadores, apenas si había concurrido en esta ciudad otro proyecto galerístico especializado en objetos de autor: el desaparecido OA, un espacio de Pablo del Val y Rocío Bardín que ofrecía objetos de artistas reconocidos del panorama internacional. Obviamente, los precios eran otros, y el público al que iba dirigido, el mismo de galerías al uso en aquellos años. Serio y pudiente.
Con Mad Is Mad comenzó algo irremplazable: la democratización del acceso al coleccionismo para todo el mundo que tuviera un mínimo de curiosidad y un presupuesto exiguo, a través de originales de pequeño formato o ediciones múltiples en muy distintas variables (desde el diseño industrial al toy art; desde la obra gráfica seriada al trabajo sobre papel), con la posibilidad, además, de apostar mayoritariamente por los artistas emergentes, de cualquier edad, que trabajaban en la capital o pasaban por ella.
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Porque si hay algo que Mad is Mad ha mantenido durante todos estos años es un amplio sentido de la transversalidad: no solo de lo que ofrecían en la primera parte de su espacio, una tienda de objetos y obra sobre papel que aglutinaba un poco de todo, y que no ha hecho más que crecer con los años, sino también en su selección de creadores: consagrados y emergentes, diseñadores y artistas en cualquier modalidad plástica, jóvenes y no tan jóvenes (incluso siendo emergentes), y todas las posibilidades de identidad de género o sexualidad posibles. También un deseo de apoyar a colectivos y crear un magma creativo conjunto y relevante para la ciudad.
Quizá esto fuera así porque sus tres socios fundadores, Andrés Rubio, Rafa Ruiz y Manuel Cuéllar, eran periodistas en activo –lo siguen siendo– y no historiadores del arte o especialistas en arte contemporáneo, y “nuestra curiosidad estética carecía de prejuicios y afectaba a todas las artes, incluida la moda o el diseño industrial”, como reconoce Ruiz. Lo cierto es que la idea se ha demostrado un éxito, aunque “todavía no logramos cambiar cierta mentalidad española, que parece no darse cuenta de que hay un mundo más allá de la lámina enmarcada de Ikea, y que no es en absoluto ni más caro ni más arriesgado, solo mucho mejor como opción de vida”, razona Cuéllar. Porque, efectivamente, asumen que venden más a un público internacional, deseoso de llevarse a sus países una muestra del talento nacional a precios más que razonables.

Imagen de la actual exposición.
La exposición que han planteado, con una muestra de trabajos de sus primeros veinte artistas exhibidos, da buena cuenta de ello: desde esculturas iluminadas de la diseñadora Marre Moerel a objetos de la fundadora de Peseta, que mostraron cuando la firma de moda no tenía ni tienda. Hay trabajos de un Premio Nacional de Fotografía como José Manuel Ballester, y de fotógrafos consagrados como Alfredo Cáliz o Isidoro Merino, al lado de las imágenes que el propio Manuel Cuéllar dispara ocasionalmente. “Tengo mucho de síndrome del impostor: no he vuelto a exponer en veinte años, hasta hoy”, reconoce entre risas.
Hay artistas como Cristina Busto o Luján Marcos, muy asociadas al espacio, y otros que dejaron el arte por la docencia, o que lo practican ya desde otras ciudades; y hasta casos como el de la joyera Julieta Álvarez, que con ellos comenzó exponiendo textil. Un compendio multidisciplinar y anárquico, como el espíritu que conformó el espacio, y que todos los sábados de este mes ofrece encuentros de “arte y amistad” con un vinito en la mano. Deberías pasarte.