La tierra y los signos esenciales del origen humano sirven de guía a Telúricos y Primitivos, una exposición del Museo Carmen Thyssen de Málaga que recorre uno de los capítulos más fértiles y singulares de la vanguardia española. A través de más de sesenta obras –pinturas, esculturas, dibujos, fotografías y grabados–, la muestra reivindica dos pulsiones complementarias que marcaron el arte moderno en España desde los años veinte del siglo pasado: lo telúrico, lo que nace de la tierra, y lo primitivo, lo que retorna al principio.
Durante las primeras décadas del siglo XX, artistas como Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Lekuona o Miró rompieron con la tradición académica para reinventar el paisaje y la materia desde una nueva mirada. Inspirados por lo rural, lo subconsciente o los sueños, convirtieron la naturaleza en tema central de la modernidad. Así surgió una poética de lo telúrico, una corriente que impregnaría después la abstracción de posguerra con nombres como Tàpies, Chillida, Millares, Juana Francés o Palazuelo. Sus obras, dominadas por lo matérico y lo experimental, parecen extraídas de las entrañas mismas del suelo: universos donde lo orgánico y lo onírico se funden, donde la tierra se transforma en forma y gesto.
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En paralelo, otro impulso estético encontró su fuerza en lo más antiguo del arte: lo primitivo. Lejos de la fascinación parisina por lo africano, los artistas españoles miraron hacia las cuevas de Altamira, las culturas indígenas o el inconsciente como estados primigenios de creación. Desde Ferrant, Goeritz y Picasso hasta Saura, Cuixart, Chirino o Canogar, todos compartieron la necesidad de reconstruir la vanguardia y volver al origen para hallar una nueva identidad. En sus obras, los signos, geometrías y trazos esenciales evocan las primeras marcas del ser humano sobre una pared, una escritura simbólica que se repite –transformada– en autores posteriores como Barceló o Sevilla.
Telúricos y Primitivos propone, así, una mirada renovada a un siglo de arte español que se debatió entre la tierra y el mito, entre la materia y el símbolo. Una historia que demuestra que la verdadera modernidad no siempre está en lo nuevo, sino en reconectar con el principio, con la energía ancestral que sigue latiendo bajo nuestros pies.
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