Capítulo 7
Había sido una de estas tardes odiosas, en las que decido quedar con la persona equivocada después de un día horrible de trabajo. Lo paso mal, porque sabe a pis y a sudor, está más gordo que en la foto y aunque tiene cara de cabrón no me pone nada. Mientras me quito el sabor de boca, cuando ya se ha largado, me vuelven a escribir. Cojo el móvil al sentir la vibración, miro el perfil y le reconozco, ya habíamos hablado alguna vez. Demasiado guapo, demasiado definido en esa foto del vestuario de un gimnasio. Algo va a salir mal si quedo con él.
Pone que solo quiere oral, dice lo mismo. Le pido una foto para ver si merece la pena la cena, pero no me la pasa, ignora la pregunta y me pasa alguna más de cara y cuerpo. Y sospecho. Recuerdo todas esas veces que la sospecha se hacía realidad, pero me sigue hablando y me pide más fotos. Se las paso. Me pregunta si trago, le digo que sí, pensando que es lo que quiere oír. Le pregunto si usa algo para dar más morbo, me dice que no. Creo que le he asustado, porque deja de contestarme. Le pongo una interrogación y me dice: “Solo sanos”. Me río.
Me pide el Instagram, le acepto pero él a mí no. Al menos en la foto en miniatura parece él mismo. Me dice que de acuerdo, que vaya a su casa, pero que solo para que se la chupe. Me lo pienso, después de la decepción que acabo de tener. Con las ganas que me han quedado me termino de lavar los dientes, y salgo. Es tarde y no me queda apenas batería, me temo que se me va a apagar el móvil, pero llego a la calle y de pronto aparecen de la nada varios mensajes suyos: “¿Tardas?”. “Me voy a la cama”. Estoy en el portal, uno por ciento en el dibujo de la pila, le contesto mientras pienso que me lo temía, que me voy a quedar tirado con el frío que hace. De repente el portal se abre. “Tercero izquierda”.
Entro en el ascensor, uno de estos que tiene dos pares de puertas. Por más que las cierro todas el aparato no sube. Empiezo a subir las escaleras andando mientras me temo que me va a tomar por idiota. Otro mensaje aparece en el segundo piso: “No hagas ruido, mis compañeros duermen”. Pienso en emboscadas, que en la conversación de antes no había nadie más en el piso. En demasiadas complicaciones. Aun así aparezco en el tercero, casi jadeando, ninguna puerta está abierta. Pero ya he llegado hasta allí, y solo queda el momento definitivo. ¿Qué mas puede salir mal?
Me recibe el mismo chico de las fotos, demasiado guapo, demasiado definido. Ni un pelo en el pecho pero las piernas repletas. Una cara cuadrada de niño aún no malo. Una foto que no me ha querido pasar, y que no entiendo por qué no, porque es para presumir.
Tienes los pectorales de un futbolista de cantera, los brazos de flexiones en el dormitorio, fotos con una chica enmarcadas en el escritorio. Me habla con acento italiano, y yo no puedo dejar de pensar que menuda pasada de tío. No me deja darle un beso, no hace falta, se lo doy en la clavícula, luego la V marcada, y sigo bajando. Cada vez que subo la vista, y le veo tumbado en la cama devolviéndome la mirada, no me lo creo. Es el chico que nunca me recogió en moto a la salida del instituto. Es el chaval que nunca me siguió hasta el baño después de mirarnos.
Acaba. Acabo solo por sentirle temblar cerca.
Se ríe, sonrisa perfecta. Le pregunto que de dónde, me sigue la conversación. “Es muy arriesgado lo que haces”, me dice sonriendo, “yo no lo haría”. Me río y hablamos un poco más.
Al salir le miro por última vez en la puerta. Qué pasada.
“Ciao”
Mientras vuelvo andando saco el móvil sonriendo, le escribo que vuelva a llamarme y que me acepte en Insta. Antes de recibir respuesta mi móvil se apaga. Ya nada puede salir mal. Por el camino fantaseo con él. Me ha gustado, creo que yo a él también. Me lo podría encontrar un día de fiesta, y entonces sí que me daría un beso. Le podría volver a visitar, pero quedarme esta vez a dormir. Fantaseo hasta con el dolor que sentiría cuando él volviese a su país. Fantaseo con ir a verle. Fantaseo con haberle encontrado, después de todo este tiempo, al que podría ser él.
Llego a casa y pongo el móvil a cargar. Me apetece escribir sobre él. Mientras surgen las palabras vuelvo a mirar el móvil para recordar algo que me ha dicho y poder escribirlo. Ya se ha encendido. Al abrir la conversación veo que los mensajes de antes le habían llegado, y solo hay una respuesta: “Me pone nervioso que suelas tragar. ¿Eres sano 100%, me lo prometes?”.
Suelto el móvil. Miro la pantalla de ordenador, dejo de fantasear, borro todo lo que había escrito.
Es demasiado crío, demasiado inocente, demasiado dulce, demasiado miedoso. Demasiado. Podría mentirle, podría decirle que sí. Yo confío en mí, pero por un momento dudo. ¿Quién soy yo para asustarle? ¿Quién soy yo para darle la lección que aún tiene que aprender?
Miro su foto otra vez. Seguramente yo podría cuidarle más que otros. Pero no tengo fuerzas. No me veo capaz. Me acobardo. “No tienes de qué preocuparte”, le escribo.
“Ciao bello”, le digo a la pantalla mientras la vuelvo a apagar. Algo iba a salir mal.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: MANO MARTÍNEZ