Capítulo 8: parte 2
Ya estoy ciego, con la venda no veo nada, y suena el timbre. Después de dejar la puerta abierta me vuelve a dar popper, y siento el ascensor subir. Oigo una voz que entra saludando. Suena masculino, adulto. El anfitrión le dice que empiece a darme de comer, y así lo hace. Empiezo a chupar a ciegas mientras la cabeza me da aún más vueltas, y lo siento todo el doble por no poder ver. Me gusta la sensación, me gusta lo que me estoy lamiendo. Es grande, él, en general, y muy peludo. Noto incluso que tiene algo de barriga, y empiezo a pensar que no me imaginaba que a este tío, rapado y tan fuerte, le fueran osos, pero debía ser así. Me empiezo a rayar pensando en personas con las que he rechazado quedar, tipos raros y frikis que me habían hablado ese mismo día, y que ese podría ser cualquiera de ellos, y me muero por quitarme la venda y ver quién es, pero no lo hago.
Oigo cómo elogian mi forma de mamar, mientras mi amigo se está pajeando mirándonos, y termina poniéndose al lado del nuevo para que las dos pollas estén lo suficientemente cerca y les dé a las dos a la vez. Oigo como se están besando mientras. El invitado pregunta: “¿Nos la follamos?”. Mi amigo dice que no, que yo solo mamo, y se lo agradezco, porque por un momento me asusto y pienso que dónde me estoy metiendo. Justo entonces vuelve a sonar el timbre. Mi amigo me deja con el primer invitado mientras abre la puerta, y yo paro, porque aún no sé quién coño está subiendo. Mi amigo se acerca, me pregunta si estoy bien, y le digo que no. Me levanta la venda con cuidado, girándome para que me ponga de espaldas a la puerta, y me enseña la foto de un chico, esta vez con cara y cuerpo, bastante guapo, bastante hetero. Me quedo pensando, y él me pregunta si prefiere que paremos. Por un momento me sorprende cómo me lo dice, cómo me lo sugiere y me da el poder de verdad de pararlo ahí. Después de todo lo que me he encontrado… ni siquiera creía que él, que era tan duro, me iba a dar opción.
Le digo que sí, que suba. Y él está ya casi arriba. Vuelve a cegarme, vuelvo a oír a alguien entrar mientras tengo la mano de cada uno en mis hombros. El chico joven saluda, y se pone frente a mí.
«¿Así de fácil?», pregunta. El anfitrión le dice que sí, que adelante. Y oigo cómo se desabrocha el cinturón mientras se acerca a mi boca. Es grande, no tanto como la del primer invitado, pero más que la de mi amigo. A ciegas siento cómo se está sujetando la camiseta con una mano, mientras con la otra me empieza a empujar la cabeza hacia él. De repente para un poco, creo que el primer invitado le ha intentado tocar, o darle un beso, y él se niega y se aparta.
Por un momento me centro en él, en el nuevo, y comienzo a usar las dos manos para pajearle mientras se la como. Oigo una exclamación, y las risas de los otros dos. Le oigo soltando un “joder”, y me acaricia un poco la mejilla antes de darme una hostia y apretarme más agarrándome del pelo. De repente siento que para, que se aparta y empieza a gemir. Se ha corrido en el suelo, puede que demasiado rápido, pero los otros dos no dicen nada.
«Joder…», vuelve a decir mientras recupera la respiración. Siento entonces cómo el primer invitado vuelve a ponerse frente a mí, mientras los otros dos hablan.
«¿Quién es?», le pregunta el segundo invitado a mi amigo. Pero él le dice que “esto no va así”. El joven se va, y los otros dos vuelven a lo mismo. Mientras sigo comiendo oigo que el primer invitado le dice a mi amigo que no invite a niñatos, que son gilipollas.
Los dos acaban, encima de mí, al poco tiempo. Y yo acabo también, manchándome un poco el pantalón que no me he quitado del todo. Y es entonces cuando me ponen de pie, mi amigo me quita la venda y veo a mi alrededor. El primer invitado es un cuarentón, barbudo, bastante corpulento. Es un hombre con el que yo nunca habría quedado de primeras. Nunca. Entro al baño y me limpio con una toalla húmeda, cuando salgo mi amigo está solo. Me lo agradece, me dice que espera que haya estado cómodo. Le digo que no me lo esperaba tan mayor y me dice que el segundo era mucho más guapo, pero que le había dicho que se pirara porque les estaba cortando el rollo. Me pregunta si repetiría. Me quedo tímido, miro al suelo un rato, y me dice que me lo piense, sin presión. Antes de irme le digo que mejor la próxima volvamos a quedar él y yo solos. Me dice que sin problemas.
Una vez en la calle, mientras me miro la mancha de agua en la ropa y espero que la gente no se fije mucho en lo despeinado que voy, y rezo por no tener ningún resto de lefa en la barba, pienso que no lo repetiría. Que no he estado mal del todo, pero que la cara de aquel señor no se me iba a ir de la cabeza. Me apoyo un rato en una farola que está al sol, esperando que se me seque el pantalón, y me enciendo un piti. ¿Me siento bien? No estoy seguro. Sé que ha sido todo un calentón, sé que como otras veces que me he ido de aquella casa voy a pensar que no merece la pena volver, aunque siempre lo hago. Me vuelvo a acordar de sus brazos apretados en el sofá, de cómo se le movía el pectoral con una respiración profunda cada vez que llegaba hasta el fondo. Sé que voy a volver, pero no, no quiero que vuelva a invitar a nadie.
Un chico se acerca de repente, jovencito, alto, tímido. Bastante guapo. «Perdona, ¿te puedo pedir un cigarro?», me pregunta. «Claro», le contesto yo. Veo cómo me mira, no sé si sabrá lo que acabo de hacer, no creo ni que se lo imagine, pero me mira a los ojos. Me pregunto si se me nota en la cara.
Le doy el piti, le acerco el mechero, y se empieza a alejar. «Muchísimas gracias», dice. «De nada, guapo», le contesto. Él me sonríe. Vuelvo a dar otra calada mientras le veo alejarse y pienso en lo educado que ha sido.
Se da la vuelta pegando un calo y desaparece por la esquina aguantándome la mirada. Me quedo pensando en su voz, y me doy cuenta de que la he oído antes. Creo que apenas unos minutos antes, mientras se la chupaba como aquel misterioso segundo invitado, que se había corrido tan pronto. Me pregunto por qué me habrá pedido el piti, si a lo mejor quería que le reconociera, aunque no le haya visto por la venda. Me pregunto si él me ha podido reconocer solo por el pelo que estaba agarrando tan fuerte, o a lo mejor ha sido mi mejilla aún roja por la palma de su mano. Puede que por la ropa. Me pregunto si me lo volveré a encontrar para chupársela otra vez.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: MANO MARTÍNEZ