La primera vez que Valeria Vegas me habló de las memorias de Cristina, La Veneno, fue en el año 2014. Ninguna editorial apostaba por ese texto y mucho menos por ese personaje. Compartimos muchas charlas analizando los pros y contras, pero en ninguna de esas cavilaciones aparecía una serie de televisión. Hoy, seis años después, en un 2020 apocalíptico, Veneno se ha convertido en un fenómeno que trasciende a la propia ficción.
Hay ficciones que se convierten en memoria. Sin la cultura, que refleja la historia en libros, series y películas, la humanidad sería como la Clementine de Olvídate de mí, poniendo el marcador a cero y repitiendo los mismos errores una y otra vez. En el caso de la población LGTBI+, esa memoria se perdía a medida que desaparecían sus protagonistas.
Eso nos dejaba huérfanxs de pasado, que es el pilar sobre el que edificar el futuro. De ahí que nuestras historias sean tan importantes a la hora de reivindicarnos y reafirmarnos. Algunas de esas historias trascienden a la valoración de los críticos, a las audiencias, a su calidad técnica y artística, porque se convierten en memoria. Y eso ha sucedido con Veneno.
Esta serie ha dado voz protagonista a un colectivo de mujeres silenciadas, estigmatizadas y discriminadas. Y lo ha hecho sin victimismo, dignificando, desde el retrato de un lumpen al que se ha condenado a muchas mujeres trans, a todas esas mujeres osadas que lucharon por su identidad y por su honor sin leyes ni aliadxs que las abrigasen. Eso convierte a una serie más del abarrotado catálogo de ficciones en un pedazo de nuestra memoria histórica como colectivo.
«Hasta hace poco, un productor te soltaba: ‘Eso es veneno para la taquilla’. Tendrán que buscarse otra metáfora»
Cuando Cristina insultaba en los platós de televisión, la mayoría la veía como la protagonista de un freak show. La televisión actuando como el empresario de las salas de fiestas de la España de finales de los 70. Otrxs consideraban que estábamos ante un referente negativo para el colectivo. Y era curioso que quienes más defendían eso eran, precisamente, gais y lesbianas cis. Algunxs están ahora celebrando la serie. Y lxs miro y pienso: “Eso es el éxito. No la audiencia, ni las críticas. Cambiar la mentalidad nociva de una parte de la población es el éxito”.
Cristina se pasaría por la pepitilla del coño ser referente de nada. Ni lo pretendió ni lo fue. Son los demás quienes deciden tomarla como referente, a su pesar. Está bien explicar eso ahora que Twitter está lleno de personas que se levantan por la mañana con el propósito de convertirse en referentes.
La Veneno ha demostrado que esos símbolos no tienen que ser perfectos. Que se equivocan, que cometen errores, que se arrepienten de ellos, o no, pero que viven. Y que esa mera existencia ya es un acto político. Como decía la propia Veneno: “No le tengo miedo a la vida porque me he enfrentado a un Parque del Oeste oscuro como la boca de un lobo”. Y por eso habrá quien tome a Cristina como referente y nadie está autorizadx para deslegitimar esa decisión.
Debemos celebrar una serie como Veneno, pero no podemos dejarnos cegar por los destellos que distorsionen el relato y disfracen las alianzas. Que ahora habrá quien tenga la tentación de reivindicar a Cristina porque sabe que no tendrá que enfrentarse a La Veneno. Ojo con eso.
Hasta hace nada, cuando le hablabas a un productor, o directivo de una cadena, de una actriz protagonista, o del argumento para una serie, y no le convencía, fruncía el ceño y te soltaba: “Eso es veneno para la taquilla”. Eso también va a cambiar. Tendrán que buscarse otra metáfora porque esa, ahora, ya no vale.