Capítulo 28
Creo que este es posiblemente el peor sitio donde ligar. El chico de verde que tengo enfrente no deja de mirarme, de ponerme ojitos. Aparto la vista, y el tío de al lado también me mira, y me sonríe un momento, como dándose cuenta de que le acabo de devolver la mirada, pero tiene los ojos vidriosos. Termina bajando la cabeza poniéndose casi a llorar.
No sabía si venir o no. Mi colega, el de la sauna, me sugirió que lo hiciera, por si acaso. Por si las moscas. Creía que iba a venir conmigo, pero ahora entiendo por qué no ha querido. Todos estos chicos sentados en las incómodas sillas de plástico, en silencio, con las caras largas y mirando el móvil y a su alrededor con algo de vergüenza. Este sitio es deprimente, pero el chico de verde me sigue mirando, y por un momento se me pone morcillona mientras le miro los vaqueros apretados. Es increíble que me ponga cachondo aún con toda esa situación. Pero la verdad es que hay unos cuantos chicos guapos allí.
He estado a punto de no entrar. No dejo de pensar en lo que he leído en Internet, en que hace apenas unas semanas tuve un día de fiebre raro… y yo no me suelo poner malo. No dejo de pensar en todas las veces que hemos follado, en todo lo que hemos hecho, en las risas de después…
Me pregunto qué habrá hecho el chico de verde para estar aquí, cómo está tan cómodo como para intentar que me fije en él. ¿Cuántas veces vendrá este tío? ¿Cómo he sido yo tan idiota de llegar a tener que estar aquí esperando mi turno? Si mi madre me viera…
Una enfermera sale de una de las puertas y dice mi número. Me levanto y vuelvo a mirar al chico de verde antes de entrar, me guiña un ojo. Es una señora regordeta, con cara de mala leche y el pelo moreno y rizado. Se sienta delante del ordenador y luego me observa. Me pregunta si es la primera vez que estoy allí, me pide todos mis datos, y me recita, como si de una máquina se tratara, que todo lo que hablemos allí será confidencial.
–Cuéntame, ¿por qué estas aquí? –me dice, distrayéndome de leer todos los carteles de medicina que tiene a su espalda.
–Quiero hacerme las pruebas.
–De acuerdo. ¿Has tenido prácticas de riesgo? –Ella coge un par de folios, parece un cuestionario.
–Sí…
–De acuerdo –me responde mientras comienza a marcar casillas en blanco con un boli–. ¿Con chicas, con chicos o con los dos?
–Con chicos. Bueno, ahora con chicos. –La mujer levanta una ceja pero no aparta la vista del papel.
–¿Haces de pasivo, activo o ambas?
–Activo.
–¿Siempre? ¿Alguna vez te penetran sin preservativo o han eyaculado dentro de ti?
–No.
–¿Tampoco en la boca?
–No.
–De acuerdo… ¿Tomas drogas durante el sexo? Cocaína, speed, GHB, viagra…
–No…
–¿Seguro?
–No, bueno. Yo no, pero he estado con gente que las ha tomado delante de mí.
–¿Y justo con esos has tenido las prácticas de riesgo ¿no? –No respondo. La mujer me mira durante un momento.
–¿Fumas?
–Tabaco sí. –La mujer se ríe un poco, por fin.
–No te voy a decir que es malo porque yo también fumo, pero es malo.¿Realizas orgías u otras prácticas como fisting, sadomasoquismo…?
–No. Todo bastante normal, creo. –Me río, pero esta vez no me devuelve la broma.
–¿Has practicado sexo por dinero, o alguna vez alguno de los chicos con los que has estado te lo ha ofrecido después?
–No.
–¿Cuántas parejas sexuales has tenido desde que tuviste tu primera relación?
–Buf, no lo sé.
–¿Menos de cincuenta, más? ¿Cien? ¿Más de doscientas?
–No, no… yo creo que menos de cien.
–¿Tienes actualmente algún síntoma que te haga pensar que tienes una ITS? Secreciones, hinchazón, dolor, verrugas genitales…
–No. Estuve bastante malo hace poco, eso sí.
–Estuviste malo… ¿Cuántas relaciones de riesgo has tenido últimamente?
–Creo que solo una.
–¿Hace cuánto realizaste la última penetración sin preservativo?
–Hace dos días.
–¿Y la primera con esa misma persona? Recuerda que frotar el pene o introducirlo un poco al principio sin profiláctico también cuenta.
–Ah, pues también dos días, puede que frotarlo una semana o dos como mucho, creo…
–¿Solo una semana?
–Sí.
–Entonces te tenemos que dar cita para dentro de unos meses, para que te saquen sangre y…
–¿Qué? No, no. Yo necesito que me las hagan hoy.
–Pero a ver… ¿por qué estás aquí? –La mujer suelta el papel y cruza las manos.
–He venido porque con el último chico con el que he follado me ha contado… que… bueno. –Me quedo en silencio.
–Ok. ¿Está aquí? Dile que pase…
–No, no está aquí.
–¿Sabes si toma medicación?
–Sí… creo que me dijo que sí. –La mujer me mira atónita, poniéndome tan nervioso que casi me hace reír.
–¿Cuánto tiempo lleváis manteniendo relaciones?
–Un mes, poco más.
–¿Te ha dicho él que vengas aquí?
–No.
–¿Sabe que estás aquí?
–Tampoco, ¿para qué se lo iba a contar?
–¿Te lo ha contado después de realizar una práctica de riesgo?
–Sí.
–¿Insistió él en no usar precaución?
–No.
–¿Insististe tú? –Tampoco le respondo.
–¿Te dijo que tenías que preocuparte de algo?
–Me dijo muchas cosas… pero he preferido venir aquí. Es lo que tengo que hacer, ¿no? –La mujer se queda mirándome un momento bajando su ceja lentamente. Vuelve a coger la hoja.
–Lo usual es venir al menos una vez al año, desde que se empiezan a tener relaciones. Pero tampoco es que lo haga todo el mundo… Hay que pasar este mal trago. Esto es parte del sexo, aunque a veces se nos olvide.
Sigue con el cuestionario, y después de preguntarme hasta el segundo apellido de mis abuelos coge el ordenador y hace una llamada telefónica diciendo que va a subir a “un chico”.
–A ver… –me empieza a decir de nuevo–. Te vas a llevar estos dos papeles. Con este te van a hacer un exudado. Como es la primera vez que vienes… te deseo suerte. Con este otro te van a sacar sangre y, de todas maneras, vas a volver aquí en tres meses. Y durante este tiempo… usa preservativo, anda. –La mujer se levanta y abre la puerta.
–¿Y cuándo me dan los resultados? –le pregunto antes de que me eche por completo.
–Hasta la semana que viene nada –hago una mueca y miro los papeles. Ella deja la vista en blanco y vuelve a mirarme desde el marco de la puerta–. No te debería de decir esto antes de ver tus resultados… pero cuando te lo cuentan suele ser una buena señal. Quita esa cara de susto, y cuídate. Y cuida también a ese pobre chico… y dile que has venido aquí. Tú te crees que estás preocupado, pero no creo que te imagines cómo estará él.
Una hora después, la más incómoda de mi vida, salgo aún con los calzoncillos a medio colocar, y un par de algodones en el brazo cogido con esparadrapo que sé que se va a llevar varios pelos por delante cuando me lo quite. Me han puesto hasta una vacuna. Me apoyo en la pared del edificio y saco un cigarro, pero no encuentro el mechero. Me cago en todo. Me quedo pensando en “Y”, en que la enfermera puede tener razón. Miro el móvil pero no me ha escrito, ni yo a él.
Aparece el chico de verde, sale justo a mi lado, parece que va con prisa.
–Perdona, ¿tienes mechero? –le pregunto haciendo que se dé la vuelta. Está serio, como un témpano. Ya no me sonríe, apenas me mira.
–No, lo siento. No fumo.
El chico se va de allí con las manos en los bolsillos. No mira hacia atrás. Puede que sea lo mejor. Después de todo, estoy seguro de que este es el peor sitio donde ligar.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: MANO MARTÍNEZ