Capítulo 30 (parte 1)
“Y”
Entro y voy directo a la terraza. Aún es pronto y hay poca gente. Le digo al chico del tatuaje que me siga, pero no fuma. Prefiere quedarse con mis amigos, que le han prometido invitarle a algo. Yo necesito aire. Me animo a entrar un poco más tarde. Se están liando los tres. No sé si para pasarse algo que tienen en la lengua o porque se han pasado un poco en general. Me doy la vuelta y vuelvo a mi asiento en la terraza, necesito que se me baje el pedo.
“X”
Entro a aquella casa, la reconozco al momento. Misma cocina a la entrada, misma terraza al final, misma segunda planta a la que me invitan a subir para quitarme la ropa. Hasta reconozco al dueño, que saluda a mi amigo al verle. El pelirrojo me sube por las escaleras de la mano, y antes de dejar que me quite la camiseta ya me está desabrochando el pantalón delante de todos. Miro a mi alrededor, en la cama de al lado hay un par de tíos follando, y en la esquina otros tres más. Yo le aparto un poco para que me deje espacio. Me quedo en calzoncillos, pero él se ha quedado completamente desnudo, y se pone de espaldas tocándose el culo, invitándome a que lo haga yo también. Le sobo un poco, pero me tambaleo y vuelvo a mirar a toda la gente que tenemos cerca. Entro al baño sin él, a echarme agua. Toca la puerta un par de veces, pero no le abro. Necesito aire, así que bajo a la terraza.
“Y”
Miro a través del cristal y por un momento pienso que estoy soñando, que el alcohol me está haciendo pasar una mala jugada y estoy empezando a verle por las esquinas. Pero parece que no, es él, es “X”. Acaba de entrar. Mis amigos me encuentran después de un rato. Les cuento que está allí, y ellos llaman al chico del tatuaje para que se siente a mi lado. Me dicen que nos ha invitado a su casa, a los tres. Él me explica que no le mola el rollo del chill y que prefiere que estemos a nuestra bola. Mis dos colegas se quieren ir, a mí me entran dudas.
“X”
Salgo, y de repente me paro en seco. Está allí, “Y”, fumando con un tío cachas que le está sobando la pierna. Me mira, yo me quedo un rato sin saber qué hacer, él aparta la mirada y sigue fumando mientras me ignora. ¿No me habrá reconocido? Termino por no salir, me voy a encontrar peor fuera. Pero entro y el pelirrojo me dice que vuelva arriba con él, y que cierre la puerta porque hace frío. Le digo que espere, que quiero fumar, y vuelvo a salir para librarme de él.
“Y”
Me vuelven a insistir para que nos vayamos ya, y se levantan los tres. Yo me quedo mirando a “X” fumando solo en una esquina. Les digo que en cuanto me acabe el piti bajo, que vayan yendo y así me despido de Sebas. Mis amigos me miran un poco raro, pero el chaval del tatuaje tira de ellos hasta llevárselos. La terraza se queda vacía.
“X”
Sus colegas se van, se me quedan mirando al salir. Yo estoy apurando el piti, pero me quedo de pie al lado de la puerta, sin saber qué hacer. Si no es ahora, ¿cuándo? Tengo que hablar con él. Tengo que decirle algo de todo lo que he pensado esta semana. Por un momento creo que se va a levantar a saludarme, pero va directo hasta la salida. Le tengo que frenar.
–¡Hey! –le digo poniendo la mano entre la puerta y él.
–Hola. ¿Cómo estás? –me pregunta muy serio mientras pierde un poco el equilibrio. Está borracho, pero no más que yo.
–Bien, aquí con los amigos. ¿Y tú? –me pregunta nervioso, baja la mirada y se pone a jugar con su cajetilla de cigarros.
–Igual… –le respondo intentando mantenerle la mirada. Él la aparta.
–Pues que lo pases bien. Nos vemos –me responde intentando abrir la puerta.
–Oye, espera… –le vuelvo a frenar.
–¿Qué?
–¿Quieres un cigarro? –le pregunto.
–Me acabo de fumar uno –me responde extrañado.
–Ah pues… ¿me das uno a mí? –le pido. Él se queda mirando el cigarro que tengo casi acabado en la mano.
–¿Qué quieres, “X”? –me dice entonces, sentándose en el asiento que tengo a mi lado. Saca un cigarro y se lo enciende. Yo me quedo de pie sin saber muy bien qué hacer.
–No sé… ¿quieres que hablemos? –le pregunto.
–¿Hablar de qué?
–Venga… te tengo que pedir perdón. Supongo.
–¿Perdón? No te preocupes,“X”. No me tienes que pedir perdón. Estoy acostumbrado a que los tíos me traten así.
–Yo no… A ver. Sí, te tengo que pedir perdón. Estos días quería llamarte pero…
–Sí, ya. Como cuando te di mi número y “querías llamarme” –me responde con sarna, acordándonos de aquel día en esa misma terraza.
–Es que no sé qué hacer para que me creas –le digo mientras aprieto un puño sin que me vea.
–No hace falta, “X”, ahórrate esta conversación. Si no quieres no vas a tener por qué volver a verme –se levanta de repente y vuelve a ir hacia la puerta.
–Pero es que sí quiero volver a verte, yo… –Termina frenando, se queda de espaldas–. Mira, a mí no se me dan bien estas cosas, ¿vale? Y tenía miedo.
–¿Miedo de qué? –me dice dándose otra vez la vuelta, cruzándose de brazos.
–De todo tío… yo qué sé. El caso es que me acojoné, ¿vale?
–¿Pero de qué te tienes que acojonar? Te dije que no tenías que preocuparte… –me vuelve a insistir acercándose más a mí.
–Que no. Que no fue solo por eso, joder… Es verdad que me rayé porque me entró fiebre solo un par de días después de la sauna y…
–Pero si solo te la había chupado… –vuelve a darse la vuelta, y mueve la cabeza mirando hacia arriba.
–Ya, tío, pero no sé. Soy nuevo en esto, ¿vale? A mí estas cosas nunca me habían pasado. Déjame explicarme. Voy pedo, pero quiero decirte algo.
–Pedo no se hablan estas cosas…
–Pues lo voy a hacer. –Me acerco a él por detrás, sin que me mire, y le cojo el cigarro de la mano. Le doy una calada y me siento. Él vuelve a ponerse frente a mí para escucharme–. Antes de conocerte… bueno, estaba triste. Solo he estado con un tío, y me dejó porque no dejaba de pensar en mi exnovia, y de quedar con otros tíos a la vez… Y después de eso me acostumbré a follar sin más, por la app, ya sabes. Y entonces apareciste tú y… bueno, y nos entendimos bien. Nos lo pasábamos bien. No sé por qué ahora tenemos que dejar de quedar, yo no quiero dejar de quedar.
–Yo sí, “X”… Creo que deberíamos de dejar de hacerlo –me dice mientras se sienta en el reposabrazos del asiento y me vuelve a coger el cigarro.
–¿Pero por qué? –le pregunto extrañado.
–Porque sí, “X”. Porque contigo… contigo hago cosas que no debería hacer. ¿Vale? Porque me gusta demasiado… y ya es difícil controlarme yo solo, como para tener a alguien en la oreja susurrándome que lo haga.
–Pero si tú estás bien, y yo estoy bien… venga, vamos.
–No estoy bien, ¿vale? –me dice cabreándose de nuevo–. Pero no solo por la enfermedad, sino porque tengo algo dentro de mí que no puedo controlar… Soy un puto cerdo.
–Yo también. Pero estaba guay que nos descontroláramos juntos… –consigo que se ría un poco, al menos de forma irónica. Y ahí está, esa sonrisa.
–A veces pienso que si solo follara con una persona me iría mejor… Pero luego me miro al espejo y… sé que no voy a ser capaz. –“X” se empieza a tocar las manos y se ríe un poco. No me mira, pero se está abriendo por fin conmigo. Le pongo la mano en la pierna–. O me hago monja o nada… y aun así me echarían del convento. Y luego siempre me pillo de quien no debo, y muy rápido. Y no te ofendas, pero al final eres solo un crío. Y no tengo fuerzas… no, no me vienen bien estos quebraderos de cabeza.
–Pero “Y”… a mí no me puede pasar nada por follar contigo, ¿no?
–No, no te puede pasar nada. Es que a lo mejor no lo entiendes, pero eres tú el que me puede hacer daño a mí. Más de lo que yo te puedo hacer a ti… Tú no has dejado de acostarte con otros tíos en todo este tiempo, ¿verdad? –Me quedo callado, no sé que decirle–. Y no te estoy juzgando, y no voy a ser yo el que te lo va ha impedir… Pero no puedo, no puedo dejar que te folles a otros a pelo y luego quieras correrte dentro de mí.
–Pero yo no… en serio es que… Dios, qué rabia. Si supieras lo que yo sé… si pudiera explicártelo. –Otra vez esa impotencia porque mi cabeza y mi lengua no se pongan de acuerdo, y el alcohol no ayuda.
–Y puedes, seguramente puedes. Pero no sé si te voy a creer. Tampoco sé si debería. –“Y” me coge la mano entonces, y se queda mirándome. Se vuelve a levantar. Yo me levanto detrás de él.
–Mira, cree lo que quieras “Y”. Pero lo que es verdad es que me tienes loco, y que no puedo dejar de pensar en tu sonrisa cuando follamos. Y que si me tengo que poner el condón para volver a hacerlo contigo me lo pongo. Me da igual, y dejaré de insistir. Con eso ya estaría, ¿no? –“Y” se vuelve a reír mientras me mira. No sabe qué decir.
–Al menos contigo no me drogaría tanto… Pero no puede ser, “X”. –Se vuelve a dar la vuelta y pone la mano en la puerta.
–Me gustas, ¿vale? Y tengo miedo, porque me conozco, y ya me ha pasado esto antes, me termino aburriendo y empiezo a quedar con otros y le hago daño a los demás… Pero contigo… creo que me entiendes, “Y”. Creo que somos igual de libres los dos, y que nos flipa follar. Y ya está, no tenemos por qué darnos más explicaciones. No tenemos por qué…
–Si todo fuera tan fácil… –me dice mirándome a través del reflejo del cristal.
–Somos dos guarros, ¿y qué? Ya sabemos lo que podemos hacer y lo que no. Dejémonos de tonterías. Me pones mucho, me encanta follarte y cómo me miras mientras te la meto. No puedo dejar de pensar en la primera vez que me pediste que me la sacara antes de correrme y te lo echara encima. ¿Cuál es el problema? Estamos los dos igual de chalados pero, nos hemos encontrado, ¿no? Y creo… creo que no es solo por follar. Porque, si fuera por eso, ya tengo con quién correrme esta noche. No puede ser solo por eso… –Le doy la vuelta, descubro que se le están empañando los ojos, pero no me dice nada.
–Yo lo único que pido es un tío que no me haga llorar –me responde.
–Yo solo quiero un tío con el que me apetezca ver una peli después de correrme –le digo yo.
“Y”
Le miro el lunar mientras respira después de decir esto. Se ha puesto rojo, no sé si por el alcohol, no sé si por mí. No sé cómo explicarle que sabía que algo iba a salir mal, porque siempre me sale mal a mí. Y que me gusta demasiado como para arrastrarle conmigo, que aún es pronto para él, aún puede apartarse de este mundo. Y ya he pensado otras veces que yo podría cuidarle, y que él podría cuidarme a mí. Pero ¿quién soy yo… otra vez, para cuidar de nadie, si no soy capaz de cuidarme a mí mismo?
Creo que va a decir algo más, pero me acerco a él y le beso. Al principio nos quedamos parados, con los labios pegados, hasta que me abraza. Sus manos empiezan a tocar mi espalda, y nuestras lenguas se encuentran. Empezamos a montárnoslo en aquella esquina de la terraza, hasta que me empieza a meter la mano en el pantalón. La conversación se ha acabado, nos vamos al baño.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: MANO MARTÍNEZ