Otra ronda, la última película de Thomas Vinterberg, es el título europeo más celebrado del año, reconocido en festivales como el de San Sebastián y en los Premios del cine europeo. Ahora, parte como favorita al Oscar a mejor película internacional, y Vinterberg opta también a la estatuilla a mejor director.
¿Qué tiene Otra ronda para haber conectado de un modo tan fuerte con crítica y público? Su fuerza como espejo en que el espectador puede –debe– mirarse. Con un impresionante Mads Mikkelsen en el papel protagonista, dando vida a un mediocre, y desencantado, profesor de instituto con el que unas veces se empatiza y otras muchas no –cuando sus niveles de patetismo por el modo en que actúa provocan rechazo–.
Duele ver su trayectoria a lo largo del film, a la vez que engancha de la misma manera que a él el alcohol. Salvo en la celebrada secuencia final, Thomas Vinterberg apuesta por que su cámara sea testigo invisible de todo lo que sucede, como buen creador del movimiento Dogma que fue.
Otra ronda comienza en un curioso tono, cercano a la (tragi)comedia. Cuatro amigos que trabajan como profesores en el mismo instituto, aburridos de sus vidas, deciden abandonarse al alcohol, aunque no en caída libre. Se inventan un experimento sociológico que lo justifique, inspirado en las teorías del psiquiatra noruego Finn Skårderud, según el cual el ser humano nace con un déficit de alcohol en sangre de un 0’05%. Empiezan a beber a diario, en horario laboral, y el subidón inicial les hace pensar que podrán ir a más sin que sus vidas, personales y laborales, sufran.
No hay que ser adivino para saber que no puede salir todo según sus intenciones. Una vez se le empieza a ir de las manos el experimento, Vinterberg, dispuesto a moverse entre distintos tonos y a sorprender al espectador con inesperados giros de guion, juega con él, mientras se sumerge, cámara en mano, en los delirios etílicos de sus protagonistas. Sin olvidarse de impregnar los momentos de mayor peso de la trama de un poso filosófico –Kierkegaard parece el quinto protagonista del film–, como recordando al espectador que le invita a reflexionar sobre lo que está viendo… aunque probablemente sea con una copa una vez salga del cine.
Otra ronda va dando bandazos, y por suerte en muy pocos momentos cae en la moralina. Incluso da la sensación de que parece darse cuenta de cuándo lo hace, y enseguida da un giro hacia la farsa, o hacia el drama familiar, o hacia el melodrama intenso. Al frente de cada ciego –y cada palo de ciego–, un sublime Mikkelsen, que ya brilló dirigido por Vinterberg en La caza (2012). Ese cuarentón aburrido y desenamorado –de su mujer y de la vida– te engancha desde el primer momento y no te suelta hasta el salto al vacío final.
Otra ronda deja claro desde su arranque que la hipocresía social en torno al alcohol es la que permite que sea la droga legal mejor vista, incluso consumida en exceso. Aunque, al final, el cineasta danés deja que sea el espectador quien decida si prefiere juzgar de un modo tan afilado como hace Vinterberg en la primera mitad de la cinta o si se apiada de sus deslices etílicos y las consecuencias que tiene en la segunda mitad. La resaca emocional –de las buenas– es inevitable.
⭐⭐⭐⭐
OTRA RONDA SE PROYECTA YA EN CINES