Se está convirtiendo poco a poco en princesa pasivo-agresiva del pop. A juzgar por sus polémicas declaraciones recientes, que han llevado a muchos –Frances Bean Cobain, hijísima de Kurt, incluida– a hacerle ver que no está bien dejar caer, como quien no quiere la cosa, que morir joven puede resultar glamouroso, Lana del Rey está por fin en boca de todos. Pero Lana no expresa su hostilidad ni su –supuesto– enfado con el mundo de un modo claro. Lady Lana –al contrario que Gaga, con la que cada vez tiene más en común– se muestra siempre melancólica, reflexiva, torturada. Es el papel que le ha tocado en la lotería pop, y cada vez lo interpreta mejor. Aunque con la más grande Lana, la Turner, solo tiene en común el look, porque en su reciente mediometraje Tropico no se reveló como una gran actriz, ni mucho menos.
Lana está triste. Lana se lamenta de su existencia. Lana se siente maltratada por los hombres… y le gusta. Es lo que nos revela su reciente segundo álbum Ultraviolence, que tiene grandes momentos, aunque agota por redundante. Cuenta con productor súper cool, Dan Auerbach, que ha decidido que esta vez ‘el estilismo’ –es decir, su sonido– tenga un punto fronterizo. A lo largo del álbum te imaginas a Lana vagando perdida por el desierto de Nevada, o por las calles de Alburquerque, cuando en Born To Die la visualizabas todo el rato en Los Ángeles –en Hollywood, concretamente–. Quizá porque este es un disco perfecto para tiempos de crisis –y a lo mejor ya no había presupuesto para la exuberancia orquestal de Emile Haynie–.
Apostar por una ambientación retro supone la coartada perfecta para reflejar una arcaica definición del papel de la mujer que, sorprendentemente, no sido recibida con ira por las feministas combativas. Todo llegará. Porque parece que la campaña de márketing está pensada para que Lana vaya protagonizando polémica tras polémica y así impulsar el recorrido comercial de Ultraviolence. Ya no se habla de sus labios, algo hemos avanzado… Debería hablarse más de lo bien que canaliza a Siouxsie en Cruel World, o a Elizabeth Fraser en Shades of Cool. Son dos ejemplos de lo bien que sienta en pequeñas dosis la triste Lana. Que estará contentísima de lo mucho que está dando que hablar.