Capítulo 33
“Lame esa gota, que no se desperdicie”
Me encanta viajar por trabajo hasta este país, porque los hoteles suelen ser buenos (no tanto como los de los pilotos), pero menudas camas. Siempre me han puesto cachondo los hoteles; que te llamen de recepción porque alguien quiere subir, follar en sábanas blancas, golpear la pared sin que te importe nada porque te irás al día siguiente. Los tíos de aquí son directos, algunos incluso te ofrecen dinero para no perder el tiempo. Pero entre tanto rubio de ojos azules aparece una mole de músculos oscuros bajo una bandera venezolana. Solo tiene como descripción ACT DOM. Le escribo, me responde en español. Cumple la primera norma y me pasa foto de cara. Me dice que no tiene redes sociales, y estoy a punto de dejar de hablarle cuando me da su número con un prefijo extraño. Le agrego, es él, y me pasa un vídeo. Su polla, grande, pero muy grande, metiéndose dentro del culo de un desconocido. Es descomunal, increíble, noto como se me pone dura con la película amateur. Siento que mi calzoncillo va a estallar cuando llego a la parte en la que empieza a destrozar a ese pobre chico. Justo antes de que acabe el vídeo la cámara gira hasta la cara de Mister Venezuela mientras sigue moviendo la cadera. Menudo míster, lanza un guiño a la pantalla antes de que funda a negro.
Pero hay un problema, ni en el vídeo ni en lo que me cuenta parece que vaya a cumplir la tercera norma de ponerse un condón. “Tomo PrEP”, me contesta. “Solo preño”. Le respondo que no, que entonces nada mientras aprieto los dientes. Me vuelve a insistir con otro vídeo, esta vez de él solo, moviendo la mano arriba y abajo sobre ese miembro mientras suena porno de fondo. La V marcada, unas piernas enormes en tensión hasta el suelo. Al lado tiene un mando de televisión, y aquel falo es del mismo tamaño. El tío se termina corriendo en una mesa negra, y salpica toda la superficie, hasta sobrepasar el panel. “Es que no me caben”, me responde, “y no quiero que se desperdicie mi leche”. Tiro el móvil y cierro los puños, miro por la ventana aún tumbado. El cristal refleja mi cuerpo desnudo entre aquellos rascacielos. Mi miembro se eleva como un edificio más, rígido, tenso. Le quiero decir que sí. Quiero que venga hasta aquí y ser el chico del vídeo. Quiero que me haga suyo y que me duela. Pero, ¿voy a romper mi promesa ya? Y por el punto más importante…
Me vuelve a escribir, me pasa otra foto suya, completamente desnudo y empalmado frente al espejo de un baño. Me dice que se la acaba de hacer. Que está a doscientos metros, que el mes que viene vendrá a España y quiere conocerme.
Dudo, dudo un poco más, pero mi cabeza va a estallar y ninguno de los otros chicos que me han hablado se le puede comparar. Le digo el número de habitación, me llaman de recepción poco después. Apenas cabe por el marco de la puerta, me da un beso con esos labios carnosos nada más entrar, y no me deja decir nada mientras me pone a mamar. No me cabe en la boca, no entera. Y yo ya estoy loco, me da todo igual. Le necesito dentro de mí, se lo digo. Me da la vuelta, trae su propio lubricante, se empapa bien y empieza a entrar en mi, directo, sin dedos, sin hacer nada más. Yo respiro y, no sé cómo, le dejo entrar dilatando de forma inconsciente hasta que me hace gemir. Sabe lo que tiene, sabe usarlo, da pequeños golpecitos abriéndome centímetro a centímetro con algo de prisa pero sin hacerme daño. Y cuando está dentro… me destroza como en el vídeo, y más. Solo para un momento para terminar de quitarse el pantalón, se deja las zapatillas de deporte puestas. Se queda de pie, mientras yo sigo tumbado en la cama. Me sujeta las piernas con las dos manos y vuelve a entrar mirándome a la cara. Me dice que me va a rellenar entero, y yo le pido por favor que lo haga. Lo deseo de verdad. No dura mucho después de eso. Yo tampoco por sentir cómo acaba dentro de mí.
Se vuelve a poner la ropa, y yo me quedo tumbado gozando el momento un poco más. Creo que se va a ir, que lo de vernos en España iba a ser una trola para quedar ya, pero de repente me pregunta si quiero un helado. Me tiene que repetir, porque de verdad que no le he entendido. “Que si te apetece un helado”. Me dice que bajemos, que me invita. Yo entro al baño mientras me mete prisa después de decirle un simple “vale”, ¿no va a dejar ni que me duche? Pero salgo sorprendido y sí, efectivamente, me lleva a una cafetería que ha descubierto hace poco. Andamos con el cucurucho en la mano, me dice que para él eso es lo normal. Que ha vivido en otras capitales y que siempre le invitaban a cenar después de follar. Quiere empezar a hacer lo mismo, al menos con un helado. Nos sentamos en un banco y me quedo mirándole. La conversación es algo banal, pero vuelve a insistir en vernos cuando vaya a mi ciudad. Yo me quedo fascinado por un momento con él, con lo grandes que son sus brazos, con su cuello, con cómo devora el barquillo.
–Lame esa gota –me dice mirando la bola de fresa, y cómo se va derritiendo por uno de los lados hasta llegar a mi mano–, que no se desperdicie.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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ILUSTRACIÓN: CUENTASELOANTO