Capítulo 37
“La adicción”
Hace un año no nos drogábamos tanto. Mi amigo más joven mucho menos, apenas había probado nada. Pero ahora echo la mirada atrás y la mayoría de los que estamos aquí sentados ya no sabemos salir sin algo. Hemos vuelto a la casa de Sebas, el de los chills, y hoy el ambiente está más demacrado que nunca. Un chico rubio, más bajo que yo y delgadito, no deja de tocarme el culo. Yo voy sacando una punta de mefe para dársela. Me ha preguntado si nos drogamos mucho, y le he contestado que no. He mentido. Será porque lo tenemos cerca, porque alguien siempre invita, porque hay de sobra. Empiezas a pasar del alcohol mientras las noches se alargan, sustituyes las resacas con hamburguesas de un euro por conversaciones en cocinas de extraños. Y todo parece hasta mejor, pero hoy mi amigo se está pasando con el chorri y la keta, cuando el verano pasado no sabía ni lo que era un chivato. Después de meternos un poco, el rubio me dice que le acompañe. Le pregunto a mi amigo que si está bien, y me responde con los ojos cristalinos que sí. Le pido a los que están allí que le cuiden mientras me voy.
El chaval me lleva hasta la habitación de arriba. Hay cuatro chicos follando, dos en la cama y dos contra una pared. Un quinto mira tocándose desde una esquina donde todos hemos dejado las mochilas amontonadas en el suelo. La persiana bajada aunque se intuye algo de luz. Nos tumbamos compartiendo el colchón. El pasivo se sujeta las piernas con las rodillas a la altura de su cabeza, yo me empiezo a dar el lote a su lado. Supongo que es un vicio como otro cualquiera, que por eso una vez que lo pruebas empieza a “dar igual”. Te empieza a gustar, y ya no sabes hacerlo de otra forma. Sabes que está mal, de hecho te lo llevan diciendo toda la vida. Pero algo dentro de mí sabe que me falta algo cuando no lo hago. Debería estar más tranquilo las noches que salgo con gente que prefiere no hacerlo, que tiene más conciencia, y a veces siento que es así pero… a quién pretendo engañar. En el fondo, muy en el fondo, sé que no. Que disfruto más así, que parece mejor. Que si no surge de primeras luego lo busco, o estoy a punto de intentar convencer al otro para que lo hagamos… incluso de hacerlo a escondidas. Echo la vista atrás, y no sé dónde estaría hace un año este chaval al que le están dando por culo mientras nos mira de reojo, pero hace doce meses yo ya estaba jodido. Es una adicción, como otra cualquiera. Y yo soy adicto. Lo pruebas, te gusta y no quieres parar, y te juntas con gente que también lo hace, como en este piso, y haces amistad así. Y diciéndote a ti mismo que por un par de veces no pasa nada, que es por una ocasión especial, que no has podido evitarlo, las noches que lo haces empiezan a superar a las que no. Y entras en un bucle… y mira que me había propuesto no hacerlo más, era mi tercera norma. Pero allí estoy, colocado y a cuatro patas mientras ese chico me la empieza a meter a pelo. Porque en el fondo quiero que lo haga así, porque casi deseo que se corra dentro de mí para sentirlo y acabar entonces yo. Porque casi parece que lo que más cachondo me pone es sentirme mal después, preocuparme. Porque si no, no le encuentro explicación a lo masoquista que soy, que somos tantos allí dentro. Porque soy adicto al riesgo.
Pero el chico no llega a terminar. Paramos porque abajo está empezando a haber un revuelo extraño. Sube uno de los chicos de la terraza a avisarme. Mi amigo, el que hace un año no se drogaba, ha doblado y está mal. Tenemos que llamar a una ambulancia.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: CAIN Q