Capítulo 39
“Volviendo a los ochenta”
Conozco al enfermero, está bueno. ¿Enfermero o médico? No sé, el sanitario que ha venido con dos compañeros más. Creo que alguna vez he hablado con él por la app pero no tanto como para acordarme de su puesto. Un obsesionado del gym, muy masculino, seguramente va de hetero con ese bigote rubio y la piel tan blanca repleta de lunares. Me pregunto qué habrá pensado al entrar en ese salón lleno de tíos colocados y sin camiseta a las doce de la mañana.
Cuando un amigo tuyo entra en coma, confirman que es una sobredosis y ese “hetero” te dice en voz alta, casi para él, que parece que estemos volviendo a los años ochenta, es cuando te das cuenta de que algo no va bien. De verdad. Me quedo mirando a mi amigo tumbado de camino al hospital, el traqueteo de la ambulancia le mueve el pelo húmedo por la ducha que le hemos dado para ver si se despertaba.
Me pongo a llorar y el sanitario me consuela, diciendo que está mejor y que se va a despertar pronto. Lo que ese chico no puede entender es que no lloro solo por él, lloro por el miedo de lo que nos vaya a pasar a todos. Lloro también por mí, por la idea de que si hubiera nacido en aquella época, treinta años antes, yo estaría muerto o muriéndome. Y que estar en este año parece que nos está alargando la vida solo un poco más. Pero no sé hasta cuándo podrá ser si sigo buscando cada noche una excusa para acercarme al precipicio, para envenenarme, para que me vuelvan a cambiar de médico, para que tenga que llamar a mis padres por teléfono y decirles, otra vez, que ya no hay vuelta atrás. Me seco las lágrimas y miro el móvil. Pienso si añadir una cuarta norma: “No quedar con un tío de la app si se droga”, pero para traicionarme otra vez prefiero no escribirla siquiera.
A lo mejor es el momento de irse, de volar. De alejarse de toda esta mierda. A lo mejor solo pienso así porque sigo drogado y todo me parece de más. Pero llegamos al hospital, se llevan a mi amigo y no me dejan entrar. Me quedo mirando a la carretera sin saber qué hacer. Si tengo que llamar yo a su familia, de la cual no me sé sus nombres ni un teléfono. No puedo hacer más que esperar desayunando.
Pasa un rato, me toco el corazón y sigue latiendo a mil por hora. Los químicos no me quieren abandonar y mis ojos vuelven a empaparse. Abro la aplicación porque, ¿qué puedo hacer? Suena ridículo pero ver las fotos de los tíos de alrededor me calma, me tranquiliza que me escriban y me ofrezcan subir a algunos pisos de esas urbanizaciones de alrededor. Y de repente me lo encuentro, ahí está: ese perfil con una foto de un cuerpo pálido escultural, y un pequeño bigote rubio que corta el margen de la foto. “No chills, no bb” en su descripción.
‘RELATOS GAIS (DES)CONECTADOS’
BREVES RELATOS homoeróticos de ficción ESCRITOS POR el periodista pablo paiz
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FOTO: MANO MARTÍNEZ