MALDITO INVIERNO
Tardaba en entrar a casa después de decirme que ya había llegado. Salí a la calle con mis muletas pensando que quizá se habría despistado con la dirección que le di y allí estaba él, dentro de su coche aún encendido, mirando el móvil. Me acerqué a la ventanilla y le dije que por qué no entraba, a lo que me respondió que le daba un poco de palo, pues no nos habíamos visto antes en persona. Le dije que no pasaba nada, que eran las cinco de la tarde y que yo solo mordía por las noches… Parece que la broma le dio algo de confianza y después de los dos besos de rigor, entró.
Por aquel entonces estaba recuperándome de un esguince de tercer grado que me había hecho al intentar colgar un saco de boxeo en uno de los árboles que tenía en el jardín, lugar en el que había preparado todo para tomar ese primer café y así conocernos mejor. Era principios de octubre y hacía una tarde maravillosa, eso es lo que tiene vivir en la llamada costa cálida. Quería que estuviera cómodo y parece ser que así fue por lo contento que se le veía. Era docente como yo, y se estaba dando una nueva oportunidad después de un tiempo de duelo por una historia que no funcionó. Yo estaba pasando por algo parecido sumándole aquel traspiés, nunca mejor dicho, que me tenía inmovilizada media pierna.
Estuvimos casi tres meses viéndonos, hasta justo antes de las vacaciones de Navidad, que fue cuando decidimos hablar de “lo nuestro”, eso sí, después de sacar yo el tema. Fue mientras descansábamos plácidamente en mi cama tras haber echado el polvo de rigor. Le dije que yo había cruzado la línea de la ilusión sin apenas haberme dado cuenta y que estaba empezando a sentir cosas por él. Él sin embargo simplemente se estaba dejando llevar sin intención de ir más lejos. En ese momento entendí que estábamos en puntos distintos y fui yo el que prefirió ponerle el punto final a aquello porque sabía que lo iba a pasar mal de seguir alargándolo. Le dije que prefería que se marchara de casa pues me apetecía estar solo. Antes de irse me pidió que le diera un abrazo, a lo cual yo accedí.
Tardé una estación en olvidarle, concretamente todo el invierno. Desde mediados de diciembre, justo cuando se marchó de casa, hasta que dejé de pensarle sobre el cincuenta de febrero. A finales de primavera me lo volví a encontrar en el vestuario del gimnasio justo saliendo de la ducha. Nos saludamos y nos contamos brevemente lo bien que nos iba la vida a los dos y después de cambiarme subí a la sala de máquinas a hacer algo de ejercicio. Ahí me di cuenta de que tres meses no habían sido suficientes, pues al verle después de un tiempo había vuelto a ser invierno nuevamente.
Poemas y relatos cortos escritos por el escritor y docente Juan Carlos Prieto Martínez
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ILUSTRACIÓN: David Rivas