Hace cerca de cuatro décadas, las siglas VIH o sida parecían una sentencia de muerte. Pero, por suerte, los avances médicos y el desarrollo de tratamientos antirretrovirales (TAR) han conseguido que esta infección sea una patología crónica y manejable.
Esto ha permitido a las personas VIH positivas llevar una vida normal y tener una mayor esperanza de vida. Entonces, ¿cuáles son los próximos retos a los que nos enfrentamos?
El foco ahora está en conseguir una buena adherencia del paciente al tratamiento antirretroviral. Esto se traduce en beneficios a la hora de mantener la supresión viral, una reducción del riesgo de transmisión del virus, una mejor calidad de vida y disminución de las posibles resistencias a los propios tratamientos.
Esta adherencia no solo se consigue con el sólido compromiso del paciente a la hora de administrarse de manera correcta los fármacos; también tienen que tenerse en cuenta factores como el acceso a estos medicamentos, el consumo de alcohol u otras sustancias, la situación financiera del paciente, su estado psicológico, la estigmatización a la que se puede ver sometido o el apoyo con el que cuente en su entorno, entre otros aspectos.
En este sentido, adquieren muchísima importancia pilares como la calidad de la sanidad pública de nuestro país y el trabajo de colectivos y asociaciones que, desde el minuto 1, han trabajado para conocer el perfil de cada paciente con el fin de asegurar esa preciada adherencia del tratamiento antirretroviral.
Como decíamos al principio, los pacientes con VIH cuentan hoy en día con unas expectativas inimaginables hace cuarenta años. En la última década, el porcentaje de personas seropositivas con más de 50 años ha pasado del 8% al 50%, y se estima que en 2030 la cifra alcanzará el 75%.
La atención a las personas con VIH asiste a un cambio de paradigma en el abordaje de la enfermedad, que debe tener un enfoque multidisciplinar que contemple factores como el envejecimiento precoz, la aparición de comorbilidades o aprovechar herramientas como los cuestionarios que evalúan su calidad del sueño, su salud mental y calidad de vida y valoran la percepción que los propios pacientes tienen sobre su enfermedad.
Como parte de este nuevo modelo, y de cara a dar respuesta a nuevos retos que garanticen una atención integral e individualizada de esos pacientes, la comunicación que se establece con el equipo médico es cada vez más importante.
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