Crítica: Pasolini, los últimos días del mártir gay

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Si en algún punto hay consenso respecto a la obra y personalidad de Pier Paolo Pasolini es en su capacidad para incomodar a sus coetáneos. A la Iglesia como cristiano contrarrevolucionario, a los comunistas y el colectivo LGTB como poeta reivindicativo y homosexual disidente, a la burguesía acomodada como defensor de la calle y el campo, al mundo de la cultura como intelectual alejado del complaciente institucionalismo y, por supuesto, al abrasador consumismo que pronosticó como un profeta. Algo parecido ocurre con este biopic sobre las últimas horas del pensador italiano que firma Abel Ferrara. No contentará a todos, pero no puede negarse que ofrezca una reinterpretación a la altura del mito.

Con una voluntad continuista respecto a los últimos textos de Pasolini, Ferrara repasa con afán casi divulgativo y licencias oníricas la obra del artista, deslizando fragmentos de Saló o los 120 días de Sodoma, recomendando leer a Sciascia y Levi, advirtiéndonos de que «el infierno está ascendiendo hasta nosotros» y recuperando de la memoria cinéfila a Ninetto Davoli, actor clave en la filmografía de Pasolini.

Derrotismo y lírica se dan la mano en una película en la que Willem Dafoe –si se le perdona que interprete en inglés y no en italiano– se mimetiza con Pasolini, reproduciendo el tono ensayista, a veces discursivo, de sus últimas declaraciones, con aquella fatídica entrevista titulada Estamos todos en peligro como piedra angular. La película no arroja ninguna luz sobre su asesinato, del que se cumplen 40 años y que Ferrara muestra mucho menos violento de lo que cabría esperar, aunque no cierra la puerta a la posibilidad de que detrás existiera un entramado mayor que el crimen pasional a manos de un chapero que se aceptó no sin polémica como la versión oficial. Sí explora, en cambio, sus consecuencias más íntimas: ver a una madre –la también pasoliniana Adriana Asti–, destrozada porque primero la guerra y después el fanatismo le hayan arrebatado a sus dos hijos.

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