Iba en el Uber de camino a casa, el metro ya había cerrado y para llegar hasta mi piso alquilado del barrio de Ventas desde Chueca andando no tenía fuerzas, había demasiada distancia y mi energía había sido consumida en ese antro de mala muerte lleno de toxicómanos y viejos desdentados.
Iba mirando las luces de la ciudad entre sollozos que intentaba contener para no asustar al conductor de mi Uber que había comenzado a narrarme su día: llevaba 10 horas de trabajo a las espaldas y aún le quedaban dos. Su nombre, Mauro, creo que de origen cubano, una nacionalidad que siempre me ha atraído mucho y es que los cubanos siempre he pensado que son puro sexo y cada vez que los escucho hablar mi pene se excita, pero en ese momento ni un cubano podría excitarme. Estaba desvalido.
Ese jueves, cuando salí de trabajar, decidí, como de costumbre, irme a beberme la noche madrileña en soledad y echar un buen polvo, bueno, un polvo, dejémoslo ahí, daba igual que fuera bueno o no, la cuestión era sentirme deseado y dar salida a mi esperma en compañía; detestaba la sensación de pajearme solo en mi diminuto dormitorio y pensar que otros hombres estaban teniendo gloriosos orgasmos, chicos de mi misma edad que tenían facilidad para acabar follando con quien quisieran. Eso me llenaba de rabia y envidia.
Comencé en un pub de show drag, ahí era feliz. Los tragos de ron eran en compañía del camarero que me los servía, estaba loco por él, un amor imposible, para variar… Él era simpático con todos los hombres que por allí pasaban, pues era parte de su trabajo, pero yo seguía en mi ensoñación de que era mi compañero en ese pub. Siempre que iba se interesaba por mí y yo caía rendido a seguir consumiendo ron para no separarme de él. El show drag estaba de fondo ambientando toda esta situación que tan a gusto me hacía estar. El local cerró a las tres de la mañana, hora de separarme de mi amor platónico.
El vacío por mi condición de soltero permanente seguía ahí, el ron no lo curaba todo. Me fui a un sex-bar que queda cerca, en Chueca todo está cómodo. Un cartel en la entrada que rezaba: “Only man”. Adelante, este local aún no lo conocía. Además, nunca había estado en un sex-bar, era hora de probar.
En un primer vistazo la noche podía saciar mis ganas de sexo, el local no estaba vacío. Seríamos como unos 20 tíos, la mayoría con pinta de desnutridos, pero tal vez estuvieran consumidos por la droga de moda que circulaba por la capital. Yo parecía el único ‘normal’. Me pedí un ron-cola, el cuarto de la noche, para aproximarme aún más al ambiente de sordidez que se respiraba. A continuación accedí a la zona de las cabinas, varios tíos observaban a cada uno de los que pasábamos por allí, estaban valorando el producto. Se escuchaban con demasiada claridad los gemidos de varios tíos, yo quería ser uno de ellos. Algunos de los que por allí ambulaban estaban medianamente bien, aceptables, aunque ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos… Vi a uno de esos que tienen pinta de estar follando día sí y día también con lo que se le ponga por delante, estaba bueno, nos perseguimos con la mirada, hasta que él recondujo mi paso y accedimos a una de las cabinas.
Cerró la puerta y se sacó la polla al instante, me dijo en voz baja que mamara. Obedecí a su petición, la situación de sumiso me daba mucho morbo. Su rabo era de buen tamaño y casi estaba empalmado; a los pocos segundos estaba duro como una piedra. Me agarró la cabeza para controlar él el ritmo de la mamada. MI excitación iba en aumento e intenté deshacerme de mis pantalones y ropa interior para masturbarme. Rápidamente me golpeó en el hombro para que no lo hiciera y me espetó: “No te toques, puta”. Obedecí. Mi cabeza seguía pegada a su entrepierna, su pene ya llevaba un buen rato dentro de mi boca y necesitaba sacarlo para tomar aire, pero ante mi intento de separarme él apretó más fuerte mi cabeza contra su cuerpo.
Comencé a agobiarme mucho, me estaban dando arcadas y necesitaba escupir y respirar profundamente. Me cayeron unos cuantos lagrimones. Al fin conseguí que dejara de hacer fuerza y pude recuperar el aliento. Me lanzó un escupitajo, y me obligó a que continuara. Intenté volver a tocarme, pero me golpeó de nuevo: “Que te estés quieta, puta. Sigue mamando, hostias”.
Abrió la puerta mientras me seguía dejando casi sin aire. Al momento comenzaron a asomarse unos cuantos hombres, cuál de ellos con peor pinta… Se sacaron sus genitales y comenzaron a tocarse muy próximos a mi cara. En cuestión de segundos me vi rodeado de cuatro o cinco cuerpos. Ya no me sentía excitado por ser el sumiso de aquella situación, estaba angustiado. Me sentía un objeto, no me sentía ni deseado, solamente estaba en esa cabina para hacer felaciones.
El dominante me retiro de golpe mi cara de su pene y me volvió a lanzar un escupitajo seguido de una bofetada: “Venga, sigue chupándosela a ellos, y ni se te ocurra tocarte, puta”.
Todo el alcohol me subió de golpe, comencé a dejar de percibir a las personas que tenía a mi alrededor, solo recuerdo que chupaba miembros viriles sin parar, que iba pasando de uno a otro sin casi poder respirar. Me seguían cayendo lagrimones y lograba tomar aire a duras penas. Perdí la noción de la situación, no sé ni el tiempo que permanecí en aquel cuarto en el que entraban y salían hombres. Escuchaba de vez en cuando que alguien me decía que abriera más la boca: “¡Con los dientes no, no muerdas, abre más, abre más!”. Al rato pude liberarme de aquella situación, el dominante que me decía “puta” ya había desaparecido, comencé a tomar aire aún rodeado de algún hombre. Dije que paraba. Salí desorientado en medio de la oscuridad. Me dirigí al aseo y al mirarme en el espejo vi que mi cara estaba roja como un tomate, las venas de las sienes parecía que fueran a reventar.
Me marché de allí sintiéndome una mierda, sintiendo que todos mis sueños al llegar a la capital se habían desvanecido esa noche. Me sentía un completo desgraciado. Deseaba estar en la cama abrazado con el camarero del primer local y no sintiéndome tan vacío.