Los huevos de Pepe

Microrrelato gay. Pepe vuelve a casa después de estar con su amiga Andrea comiendo chucherías. Los matones del pueblo aprovechan que va solo para dar rienda suelta a su crueldad.

'Huevos de oro' de Bigas Luna
'Huevos de oro' de Bigas Luna
Juan Pablo Manzano Gálvez

Juan Pablo Manzano Gálvez

Soy gay, periodista y ferroviario. Me encanta viajar solo o con mi mamá.

27 septiembre, 2024
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– «Nenaza, mariquita, ja ja ja».

No podía estar sucediendo, no podía ser, deseaba no haber escuchado eso. Iba de camino a mi casa después de haber estado con mi amiga Andrea en su portal comiendo chucherías. Noté cómo mi cuerpo subía de temperatura bruscamente, me ardía la cara. Tenía la sensación de ir desnudo, expuesto, sin protección, indefenso. Iban en bicicleta y disminuyeron la marcha para no adelantarme. Eran cinco chicos de mi pueblo, siempre me causaron rechazo, eran unos burlones. No iban a mi colegio, pero en el pueblo todos nos conocíamos. El curso siguiente cambiaba al instituto y me aterraba la idea de coincidir con ellos.

– «Pepita, ¿adónde vas? ¿Vienes de estar con tu novia? ¿Andrea es tu novia o vienes de jugar a las muñecas con ella?«.

Me sentía ridiculizado, se estaban dirigiendo a mí en femenino. Me decían Pepita en lugar de mi nombre, Pepe. Estaba muy nervioso, tenía ganas de llorar. No sabía muy bien qué hacer, si acelerar el paso o dirigirme a ellos para decirles que los detestaba por su comportamiento, por sus ataques. Sentía que si decidía dirigirme a ellos no iba a poder articular palabra de lo nervioso que estaba, no paraba de temblar; tenía la sensación de que me iba a desmayar.

Continué caminando, estaba anocheciendo y apenas había gente por la calle.

«Maricón, ja ja ja, no corras”.

Mi casa estaba cerca, ya la podía ver, me sentía un poco a salvo. Pensé que me dejarían al verme llegar a casa, pero no.

Entré alterado a mi casa, nervioso, pero también furioso, estaba cabreado. Esos chicos habían hecho que me sintiera intimidado, no era justo. Miré por la ventana para ver si se habían marchado, pero continuaban ahí, estaban riéndose. No lo entendía, mi enfado no paraba de aumentar, la rabia se había apoderado de mí, quería gritar. Fui directo al frigorífico, cogí dos huevos y salí corriendo a la puerta. Lancé los dos huevos sin pensar a quién le iba a dar. Los dos fueron a parar a Fran, uno de los cinco chicos que se estaban burlando de mí. Rápido me metí a mi casa, empezaron a gritarme pero no tenía más aguante para seguir sufriendo, por lo que opté por no escuchar lo que me estaban diciendo y me puse a ver la televisión con el volumen bien alto. Mis padres no estaban, habían ido al cine esa tarde.

Al día siguiente vino la madre de Fran muy alterada a mi casa. Llevaba una bolsa con la ropa que le había manchado de huevos a su hijo para que se la laváramos. Mis padres no sabían nada de lo que sucedió, se quedaron pasmados con esta situación.

Pasados los años, Fran me pidió disculpas por las burlas. Le dije que no eran necesarias, que todo quedó en algo del pasado, en algo de adolescentes, y nos dimos un abrazo.

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