Hay quienes viven en la realidad, y hay quienes vivimos en el «¿cómo hubiera sido si…?». En determinadas ocasiones, eso puede jugar en tu contra, pero, en el resto de las veces, te brinda la oportunidad de crear fantasía con tan solo tu imaginación.
Hace unos días, Pedro Almodóvar, que se encuentra en plena gira de promoción de The Room Next Door, comentaba que años atrás pidió los derechos de tres películas: El silencio de los corderos (1991, Johathan Demme), Las horas (2002, Stephen Daldry) y El lector (2008, Stephen Daldry). Pero que, lamentablemente, siempre había llegado tarde. Esa migaja de información bastó para desatar en mi cabeza una pregunta: ¿Cómo hubieran sido esas películas dirigidas por el manchego? Vayamos por partes (cuidado, spoilers).
La primera de estas películas es probablemente una de las más icónicas del cine del siglo XX. Protagonizada por Anthony Hopkins y Jodie Foster, la trama gira en torno a la labor policial de la inspectora Clarice Starling para descubrir la identidad de Buffalo Bill, un asesino en serie que arranca la piel a sus víctimas, en lo que luego se destapará como una forma de habitar otra piel y hacer frente a su disforia de género. Aunque la película se estrenó en 1991, el libro escrito por Thomas Harris salió al mercado en 1988. ¿Dónde estaba Almodóvar en esos años? Haciendo historia. Entre 1988 y 1991, Pedro estrenó Mujeres al borde de un ataque de nervios, ¡Átame! y Tacones lejanos, tres historias que incluyen asesinatos, travestis, secuestros y amantes psicópatas.
Todo encaja. Hubiese sido una absoluta fantasía ver a Victoria Abril o a Carmen Maura temblar de miedo ante la media máscara de uno de los villanos más celebrados de la historia del cine, quizás encarnado por… Fernando Fernán Gómez. El papel de asesino habría caído inevitablemente en los hombros de Miguel Bosé, ambiguo y femenino, con pelucón y pestaña (¡viva la pestaña!). ¿Y el guion? Pedro habría metido mano, eso es seguro, ¿pero hasta qué punto? El giro argumental de la identidad de Buffalo Bill encaja a la perfección en su cine siempre tan avanzado en temas sociales. Tal vez habríamos oído a Clarice preguntarle con voz quebrada a Lecter eso de «¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?», y, ante su rechazo, confesarle que «si todos los hombres fueran como tú, hasta yo me haría lesbiana». O a Lecter, tras los fogones, meneando el culo postizo y prometiendo que va a «poner una comida que os vais a caer de culo». Pasaremos directamente al postre, gracias, Hannibal.
Las horas también encaja perfectamente en el universo almodovariano, no solo por su reparto prácticamente femenino al cien por cien, sino por las temáticas que aborda a través de sus tres protagonistas. De nuevo, aunque la película sea del 2002, el libro de Michael Cunningham fue publicado en 1999. En esos tres años, Pedro volvió a hacer historia con Todo sobre mi madre y Hable con ella, sus dos únicos premios Óscar hasta la fecha (a mejor película y a mejor guion original). De algún modo, ambas condensan la esencia de Las horas. El argumento de esta sigue a Virginia Woolf (Nicole Kidman y su prótesis de nariz), Clarissa Vaughan (Meryl Streep) y Laura Brown (Julianne More) a lo largo de un día, pero en diferentes épocas, unidas por la novela La señora Dalloway de Virginia Woolf. Aborda temas como la insatisfacción en el matrimonio, el sida, la salud mental, el suicidio, la bisexualidad y el lesbianismo…, todos temas que se incluyen en las dos películas que Pedro escribió y dirigió en esos tres años.
¿Quiénes habrían sido nuestras tres protagonistas? Estoy seguro de que Ángela Molina habría sido una estupenda Virginia Woolf con su leonina melena gris. En el papel de Moore y Streep habríamos tenido nuestro propio dúo rubia-pelirroja, pero a la inversa, con Cecilia Roth y Marisa Paredes (ya teñida para hacer de Huma Rojo). Marisa prepararía una fiesta para celebrar a su amigo enfermo de sida, interpretado por Eusebio Poncela. Ya me parece ver a Molina paseando por la campiña inglesa y confesándole a su amiga imaginaria: «Ay, Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo…», y a una Betty interpretada por Chus Lampreave respondiéndole: «Cállate, cara de ladilla».
La última película, El lector, estrenada en 2008 y basada en la novela de Bernard Schlink de 1995, narra la relación entre Michael Berg (David Kross, y Ralph Fiennes en su versión adulta), un joven de 15 años, y Hanna Schmitz (Kate Winslet), una mujer de 35. Entre ambos se establece una relación sexoafectiva, en la que ella le pide al joven que le lea algunos de sus libros, pues no sabe leer. Tras la misteriosa desaparición de ella, Michael sigue su vida como estudiante de Derecho. Un día, durante un juicio al que asiste como observador, se reencuentra con Hannah, que está en el banquillo acusada de haber sido agente de las SS en un campo de concentración nazi. Ante la vergüenza de declararse analfabeta, Hannah prefiere cumplir su cadena perpetua en prisión. ¿Puede haber algo más almodovariano? Este es el único caso de los tres en que entre la fecha de publicación del libro y la adaptación distan trece años, por tanto, vamos a fijarnos tan solo en la del estreno.
¿Dónde estaba Almodóvar en 2008? Recién venía de estrenar Volver, y se encontraba en pleno rodaje de Los abrazos rotos, ambas protagonizadas por Penélope Cruz, que bien podría haber sido nuestra Hannah. Para el papel de Michael, son varios los actores jóvenes que pueblan de la filmografía del manchego: Gael García Bernal –y su cara angelical– podría haber pasado por adolescente, Tamar Novas, Jan Cornet o Eloy Azorín también. Todo hubiese dependido de la voluntad de cada uno a hacer el desnudo frontal que protagoniza Kross en el filme. Si puedo votar, voto a Novas. Con Antonio Banderas haciendo del Michael adulto. De las tres películas, es probablemente la que menor margen deja al toque tragicómico que utiliza Almodóvar en sus guiones, y que parece haber dejado de lado en sus últimas películas, más orientadas a lo social e intimista. El Holocausto es algo demasiado serio como para hacer chistes sobre ello. O no. «Riégueme, no se corte, riégueme». «¿Para qué voy a salir? ¿Para que me mate un skinhead o me atropelle un coche?». «Aquí no veo yo ambiente mortuorio».
La fantasía nos permite vivir en esos universos alternativos en los que el mayor director español de nuestros tiempos llegó a tiempo de comprar los derechos de esos guiones, les metió mano, y los llevó a la gran pantalla. A su manera, siempre. La fantasía nos permite recrearnos en la mitomanía de quienes seguimos su cine, de los que soñamos con ese cameo frustrado de Sara Montiel en La mala educación haciendo de una travesti que imita a la propia Sara Montiel, de las que somos fans, así, en plural, de los que repetimos una y otra vez sus frases con las amigas. Luego la fantasía se rompe como una pompa de jabón y vuelves a la realidad para ver que «todo, todo, todo, todo sigue exactamente igual». Pero menos mal que tenemos el cine del manchego. Porque una es más feliz cuanto más fantasea con el cine que ha soñado de Pedro Almodóvar. Aplaudid un poquito, coño.
ILUSTRACIONES POR CARLOS VALDIVIA