Ya ha arrancado el Festival Cine por Mujeres de Madrid. Con siete ediciones a sus espaldas, esta celebración del cine no convencional, arriesgado y sobre todo, de los nuevos relatos diversos que al fin han llegado a este arte narrativo, como antesala de la ruptura definitiva con una visión del mundo exclusivamente patriarcal, también se acuerda del colectivo LGTBIQ+.
Ya nos lo recuerdan los fundadores y directores del Festival Cine por Mujeres , Carlota Álvarez-Basso y Diego Mas Trellés: “Históricamente, la mayoría de las vidas de las mujeres han sido narradas desde un punto de vista masculino y androcéntrico, mientras se ignoraba, cuando no se borraba, la labor creativa de la mitad de la humanidad”. Bajo esta premisa tan cierta, y frente a la necesidad en esta cuarta ola del feminismo de que por fin las mujeres se apropien de su relato y creen sus propios y definitorios referentes de ficción, festivales como este nos permiten abordar nuevas sensibilidades e historias, de altísima calidad y que será difícil que veamos en nuestras pantallas habituales.
Con sus 74 títulos, provenientes de 28 países distintos, esta celebración del desarrollo femenino en el audiovisual tiene dos secciones oficiales: una internacional (que se desarrolla en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes), y otra española (en la Sala Berlanga, de la Academia). Aparejados a estas, una cantidad considerable de programas. El país invitado de este año es Austria, con el ciclo Focus Austria, dedicado solo a las creadoras de uno de los países que más nos preocupan ahora mismo, por la escalada de la ultraderecha de corte fascista. Además, las directoras alemanas, francesas, mexicanas y el cine del mundo árabe y de Latinoamérica tienen también ciclos propios. Y uno más para jóvenes directoras, en Sala X, que es principalmente de cortos: el talento futuro también está presente.
Dentro de la sección oficial, hay una película que nos ha interesado particularmente, que fue la que inauguró el festival: Chuck Chuck Baby, de Janis Pugh. Aprovechando la mejor tradición del cine social británico, el que nos habla de las nuevas realidades de la clase obrera, y con el sello de calidad que supone ser un producto de la BBC, es la segunda película de Janis Pugh, que sorprendió a todo el mundo con su film de debut, casi objeto de culto: la película experimental The Befuddled Box of Betty Buttifint (2014), una tierna aproximación a la mente de una mujer mayor y demente, que aplicaba la lógica de seguir sus pensamientos, mezclando realidad y fantasía, confusión y comprensión.
En Chuck Chuck Baby, que ganó un Bafta, nos presenta la vida cotidiana de una mujer divorciada, que se ha echado una novia, arropada por sus amigas de la fábrica en la que trabaja, en un tono tragicómico de sutiles implicaciones sociales y personales, y un auténtico canto a la sororidad.
Entre las películas que destacan en esta sección, plagada de nombres que están conformando lo mejor del cine internacional actual, están la francesa The Dreamer, de Anaïs Tellene, que participó en el Festival de Venecia; la alemana Vena, de Chiara Fleischaker, un drama sobre embarazos adolescentes en una cultura de fumadores de metanfetaminas; Les enfants perdues (Los niños perdidos), de Michèle Jacob, que pasó por Karlovy Vary, sobre el aprendizaje de unos niños abandonados a su suerte en una casa de verano; la rumana Horia, sobre un aventurado viaje iniciático emprendido por adolescentes escapados; y la mexicana Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, que ha sido una de las grandes revelaciones de esta temporada, participando en más de una veintena de festivales internacionales con su inquietante punto de vista sobre la transmisión de la violencia entre generaciones.
Tanto o más extrema es la canadiense Hunting Daze, de Annick Blanc, un thriller social en medio de una excursión de cazadores, un territorio tradicionalmente masculinizado y violento que es abono para el conflicto. La británica Bird, de Andrea Arnold, que fue seleccionada en Cannes, también nos trae otra historia de iniciación adolescente y su relación con el mundo adulto, aportando aquí el matiz de la indeterminación y la propia conciencia queer.
Los problemas de choque cultural son el centro de la austriaco-iraquí Mond, de Kurwin Ayub, que tiene como protagonista a la inclasificable y genial bailarina, coreógrafa y deportista Florentina Holtzinger, en un papel de profesora de artes marciales contratada para dar clases de autodefensa a tres hermanas árabes constantemente controladas por su familia.
El mundo del deporte femenino se retrata claramente en la muy estética Samia, de Yasemine Sandereli, que acompaña a una deportista somalí en su lucha por alcanzar las Olimpiadas, obviamente con unos desafíos que no tienen las deportistas occidentales. El interés por la superación personal y por los conflictos de los niños, jóvenes y adolescentes en su relación con el mundo de los adultos parece el hilo conductor de estas películas tan diferentes en sus aproximaciones estéticas y discursivas a un fenómeno de importancia: el crecimiento personal hacia la conversión en ciudadanos responsables.
En la sección nacional destaca claramente Por donde pasa el silencio, de Sandra Romero, un descubrimiento en San Sebastián y una película que aborda la homosexualidad en los márgenes. Esta sección está obviamente plagada de títulos recientes de nuestra cinematografía, incluyendo las últimas películas de Paula Ortiz, Icíar Bollaín, Andrea Jaurrieta o Pilar Palomero. Son películas que o ya se han estrenado o se estrenarán en breve, y demuestran la magnífica salud creativa de nuestro cine en lo que respecta a la participación femenina dentro de la industria, con propuestas muy arriesgadas y socialmente comprometidas.
En la sección Focus Austria hay auténticas sorpresas llegadas de un cine que siempre ha aportado voces disidentes: desde Rubikon, de Magdalene Lauritsch, un thriller de ciencia ficción, hasta Gina, la enésima revisión del lado oscuro de la sociedad austriaca, que tan buena fama ha deparado a su cinematografía durante décadas.
Para terminar, el Festival Cine por Mujeres también suele dedicar proyecciones a cine histórico, lo que no deja de ser siempre una sorpresa: reconstituir las carreras de esas pioneras que, desde principios del siglo XX, trataron de mostrar su valía en un mundo y una industria de hombres, y que generalmente han sido relegadas a un injusto olvido. Este año, las proyecciones, en el Cine Doré de la Filmoteca española, se centran en Kinuyo Tanaka, oficialmente la segunda directora de cine mujer de la historia de Japón, que estuvo en activo en los años 50 y 60 del pasado siglo.
Actriz imprescindible de mitos como Kenji Mizoguchi, Tanaka mantuvo una carrera sólida pero de menos de una decena de películas, que hoy se reconocen a la altura de sus coetáneos: el propio Mizoguchi, Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa o Mikio Naruse, pero obviamente sin la prolongación en el tiempo de estos titanes del séptimo arte. Una oportunidad única para acercarse a su cine y disfrutar de una voz algo desidente en la que fue, y sigue siendo, una de las sociedades más patriarcales del planeta.