Tenía 26 años y vivía de nuevo en Murcia. Estaba guapísimo, Madrid me había dejado con bastantes kilos menos y un cuerpo atlético; todo me sentaba bien, podía ponerme la ropa que más me gustaba. A pesar de estar con el guapo subido, esa noche en Géminis no conseguí llevarme ningún polvo. Algo en mí transmitía cierta apatía y melancolía, tal vez las secuelas de la depresión de Madrid por no haber sido como soñaba seguían en mí.
Géminis era y es el local de más éxito entre los gais en Murcia. Cada noche allí era un sueño, todos los gais murcianos estábamos concentrados. Tengo que reconocer que yo nunca era elegido por los chicos más populares y exitosos, sino por el primero que me hacía algo de caso, sin más; es lo que tiene haber sido rechazado tantas veces, me dejo querer rápidamente.
Bueno, tras el fracaso decidí conectarme a Grindr de vuelta a mi casa, una casa en la que vivía con dos chicos guapísimos y estaba enamorado de uno de ellos, pero era una relación imposible, a él nunca le gusté para nada más que amistad.
En Grindr siempre buscaba hombres maduros y quedé con unos que querían hacer un trío. Estaban en Abanilla, a bastantes kilómetros de mí, tenía que coger el coche. Yo iba borracho, pero no me importó, lo que fuera por un polvo.
No sé ni cómo llegué sin salirme de la carretera de camino a Abanilla. Mis ganas de follar iban en aumento. Llegué y lo que me encontré fue una mansión, era como si estuviera ante la vivienda de un conde, duque o de cualquier persona con un título nobiliario de esos. Me recibió el hombre con el que hablé, un hombre de unos 50 años simpático, atractivo y fornido: me fascinó. Al entrar a la mansión me encontré con el otro tirado en el suelo del salón principal durmiendo o inconsciente. No sabía si llamar al 112 o pasar de largo. El anfitrión me dijo que no pasaba nada, que su amigo estaba drogado nada más, como si fuera lo más normal del mundo.
Seguí al fornido y me llevó a la cocina. Allí me dio un vaso con zumo y unas gotas de algo que me harían disfrutar más del sexo. Adelante, todo para dentro, pensé. Acto seguido, empezó a fumar de una pipa, a saber lo que llevaba ahí. Me ofreció y fumé sin pensarlo. Noche loca, pensé.
Disfrutamos de nuestros cuerpos durante toda la madrugada mientras fumábamos de la pipa de vez en cuando. En algún momento me pidió prácticas sexuales extrañas para mí; me negué, no me gustaba orinar sobre alguien.
Al salir de la habitación en la que estuvimos durante no sé cuánto tiempo, el hombre desmayado ya no estaba en el salón. Volví de Abanilla al centro de Murcia sin problemas, ya estaba saliendo el sol y me sentía con una energía increíble. Serían las 7 de la mañana aproximadamente, esta vez se me había ido el polvo de las manos. Dentro de unas horas tenía comida con mis antiguos compañeros de clase.
No sé ni cómo pude pasar la mañana sin volverme loco, no pude dormir nada, estaba totalmente desquiciado intentando conciliar el sueño para ir algo descansado a la comida. La hora se acercaba y yo estaba a punto de avisar de que no iba a poder ir, pero iba a quedar fatal, darían por hecho que estaría de resaca y que era un irresponsable.
Decidí ir, estaba azorado, no me podía mantener quieto en la cama. Fui el último en llegar a la cita. Ya estaban todos sentados y me tocó sentarme junto a Fabiola y Juan. No quería comer ni beber nada de alcohol. Se quedaron sorprendidos. Estaba triste, estaba apático, me sentía deprimido. De un momento a otro comencé a llorar sin parar, mis suspiros eran incontrolables y capté la atención de todos mis compañeros de clase. Mis amigos Leandro y Noemí se levantaron inmediatamente, estaban en la otra punta de la mesa, y sabían lo que tenían que hacer. Me cogieron y me dirigieron a la calle para evitar que me agobiara más de lo que estaba, me pusieron un cigarro en la boca y estuvieron en silencio mientras mi llanto disminuía. Nunca olvidaré esa comida de clase.
El episodio depresivo me duró una semana. Lloraba sin saber la explicación, no me había sucedido nada, bueno, sí: esa mierda que tomé para tener sexo me dejó desquiciado.