El de Francesco Carril es uno de esos nombres que están arraigados al teatro y la interpretación. El pasado año nos enamoró con su papel en Los años nuevos, la serie de Rodrigo Sorogoyen, y ahora vuelve a las tablas con Los brutos, la primera obra de Roberto Martín Maiztegui como director, con el que ya ha trabajado anteriormente.
La obra se representa en el Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional hasta mediados de junio, y hemos podido acompañar al actor por el escenario y la escenografía de esta función sobre los barrios, la imaginación y el anhelo de conseguir otra vida.
“Para mí es una obra que habla sobre las personas importantes, aquellas que nos marcan la infancia y que se convierten en nuestros referentes de por vida y nos ayudan a desarrollar nuestra vocación, incluso sin saberlo. También es un canto a la imaginación, a imaginarnos una nueva vida, más allá de la que por azar nos ha tocado vivir”, explica Carril. “La imaginación es un arma poderosísima que nos hace libres. Pienso mucho en lo que imaginamos y no decimos, ese mundo privado que no compartimos y que, de alguna manera, nos alimenta y se convierte en un espacio de salvación”, añade.
Los abuelos del actor fueron esas personas importantes que le marcaron de por vida. Recuerda sus veranos en una pequeña localidad italiana, con uno de ellos en una barca esperando a que un pez mordiera el anzuelo. Una escena silenciosa que bien podría formar parte de una obra teatral o cinematográfica. Además, por uno de ellos empezó a acudir al teatro y conoció ese mundo al que ahora pertenece. “Pensar en esos recuerdos me ayuda a reconectar con aquello que fui y que me hizo ser quien soy ahora. Hay una conexión muy fuerte entre lo que fuimos y lo que somos”, confiesa. “He pasado mi vida en Madrid, pero cada vez que he ido a ese pequeño pueblo, mucho más rural, me he dado cuenta de la falsa sensación que tenemos en las grandes ciudades de que en las pequeñas localidades nunca pasa nada… Y estamos muy equivocados”, sostiene.
Es en este contexto de periferias y barrios en el que navega Los brutos, y Carril defiende la necesidad de llevar la cultura a todos esos rincones descentralizados: “El problema está en ser demasiado pretencioso. Las historias tienen que llegar y todos deben entenderlas. Tener la capacidad de llegar a todo el mundo y hacer algo con lo que todos puedan sentirse identificados… es una de las cosas más bonitas que hay. Y esta obra lo consigue».