“Acabo de aprovechar ahora en directo para confesar que soy homosexual”. Simón entraba por la puerta grande en Cámbiame dispuesto a dejar atrás su vida. “Necesito abandonar mi estilo de seminarista”, rezaba en su mensaje de bienvenida, antes de explicar que tuvo que abandonar su sueño de ser cura cuando descubrieron su tendencia sexual.
Como siempre, libertad e Iglesia volvían a generar un conflicto en el que Simón no tendría más remedio que elegir. O más bien, le obligaron, pues fue expulsado del seminario cuando ya no fue capaz de ocultar quién era. Su vida desde entonces se convirtió en un infierno: “Unos me han discriminado por ser gay, otros por querer ser cura”. Cristina no pulsaba el botón y comenzaba a construir al nuevo Simón.
Y vaya cambio: de los trajes oscuros, el lametazo vacuno hecho peinado y una perilla cuestionable a pantalones de camuflaje, colores más vivos, melena al viento y bigote mainstream. ¡Oh! Y tatuaje a la espalda para tener presente un pasado que no debe volver. Su hermana, encantada, le confundía en un primer momento con Pelayo. Todo eran sonrisas, señal de que la televisión no solo genera violencia y espectáculo.