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Fuera caretas. Ha bastado la declaración de homosexualidad del prelado polaco Kryzstof Charamsa para que ya no haya dudas sobre la posición de la Iglesia y el Papa Francisco. Charamsa, que reconocía tener pareja, era expulsado del Vaticano de inmediato por su “manifestación irresponsable”, en palabras del portavoz del pontífice, Federico Lombardi.
Así llegábamos al pasado domingo, donde el XIV Sínodo Ordinario de la Familia iba a destilar una homofobia que ya no atiende a ambigüedades. En él, el Papa Francisco hacía un alegato a favor de la “familia tradicional” y del “amor entre un hombre y una mujer”. Y es que, ese es “el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación recíproca”.
Entre insistencias de que el matrimonio solo puede hacer referencia a una pareja heterosexual, su discurso ya no sorprende a nadie. Los que esperasen un guiño hacia la situación de Charamsa, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tendrán que despertar de la utopía. El polaco, que dedicaba su gesto a “los sacerdotes que tienen miedo a salir del armario”, sabía que tendría que buscar trabajo a partir de ese instante.
Sin embargo, dejaba un mensaje para un futuro que sigue antojándose discriminatorio: “Me gustaría decir al Sínodo que el amor homosexual es un amor que necesita de la familia. Cualquier persona, también los gays, lesbianas o transexuales, lleva en el corazón el deseo de amor y familiaridad”. Parece que no lo verán nuestros ojos…