Si hay algo que he aprendido durante los meses que llevo viviendo aquí, en París, es que esta ciudad hay que vivirla de noche. Todos hemos escuchado miles de veces –especialmente esta semana que la capital francesa es la “ciudad de la luz”; pero eso es solo una de las razones que hacen especial a este lugar. Si por el día ya está lleno de arte, de moda, de literatura y de música, el pulso de París se intensifica de noche, como si todos los genios y artistas que pasaron por aquí hubieran dejado una parte de su espíritu por las calles.
Cuando los terroristas comenzaron sus ataques el pasado viernes, la noche no había hecho más que empezar. Y ellos lo sabían. Sabían que cientos de personas estaban entregadas animando a su selección. Sabían que había un lugar donde un grupo de rock había reunido a otros cientos de almas para dejarse llevar por la música. Sabían que había un barrio lleno de amigos, de parejas y desconocidos que estaban disfrutando, simplemente, de estar vivos. Y eso es lo que a ellos les molesta.
Como bien remarcaba uno de los dibujantes de Charlie Hebdo este fin de semana, la fe de los parisinos no se concentra en un dios o un libro sagrado. La fe de París va a la música, a los besos, a la vida, al champán y a la alegría. O lo que se traduce para estos extremistas como una reunión “de idólatras en una fiesta perversa”.
No os dejéis engañar por algunos titulares, la “ciudad de la luz” no se apagó en ningún momento. Sí, puede que la Torre Eiffel dejara de brillar durante unas noches, pero eso no significa nada. Ha vuelto a brillar con más fuerza que nunca. Los parisinos se han levantado, con una valentía admirable, apoyándose en la única arma de la que disponen para luchar contra el terror: la vida. Obviamente, hay miedo. Pero aquí el miedo y el dolor por la pérdida de 136 almas inocentes se ha transformado en solidaridad y, sobre todo, en orgullo.
En el orgullo de llevar un estilo de vida que, aunque a ojos de otros no sea el correcto, es el que les hace feliz. En el orgullo de poder decidir. En el orgullo de poder expresarse como quieran. En el orgullo de ser libres. Como una de las divas más grandes de todos los tiempos les enseñó a hacer, los parisinos no se arrepienten de nada.
Yo ni siquiera nací en París, pero ahora me siento parisino. No solo porque el viernes 13 de noviembre yo también estaba en la calle, simplemente porque podía estarlo. O porque ahora yo también forme parte de lo que los medios aquí han bautizado como “la generación Bataclan”. Sino porque yo también estoy orgulloso de este modo de vida. De poder beber, de poder hablar, de poder escribir, de poder besar, de poder rezar y de poder decidir no hacer nada de eso.
Y desde aquí, desde París, os pido a todos los que me leáis que viváis más que nunca. Haced todo lo que no quieren que hagamos. Reuníos, amad, disfrutad, gritad. Luchad. Porque, realmente, todos somos París.
Y non, nous ne regrettons rien.
FOTOS: BEATRIZ SALTO CABRERA