1. Deja que su telonero imparta la primera lección
El álbum Rebel Heart dejó bien claro que Madonna tiene perdido el sentido de la vanguardia musical. Así que nadie mejor que el canadiense Lunice para enseñar a las masas expectantes. Apareció a golpe –literal– de incensario y trap, y propuso un interesante viaje de apenas 40 minutos, oscuro y bailable a la vez. Bueno, el que más bailó fue él. Incluso hizo un par de concesiones a la galería, ojo, porque sonaron Rihanna y Kanye West. Ojalá Madonna se hubiera atrevido a ir más lejos que con Diplo con Lunice. Bueno, puede ser una apuesta de futuro.
2. Se sigue fijando en los grandes de su generación
Ha copiado escandalosamente el escenario que durante años ha utilizado Prince para girar, una inmensa pasarela iluminada con la forma de su ‘love sign’. Ella lo ha convertido en una cruz coronada con un corazón y se ha quedado tan ancha. Si Prince –que es muy suyo para esas cosas– no se ha quejado… Y el prólogo y el epílogo del show los protagoniza Michael Jackson, ahí es nada.
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3. Ya no necesita las provocaciones religiosas para llamar la atención
Resultan superfluos en esta gira los guiños supuestamente irreverentes a la iconografía católica. Nos tiene curados de espanto, ha quedado claro. A quien los pilla le pueden hacer cierta gracia, por ingenuos, pero es que gran parte del público ni se siente aludido. Next.
4. El sexo, cuanto más light, mejor
Ya no le pedimos que nos caliente, preferimos que nos haga reír. El guiño al Girlie Show con el ‘momento camas’ es más acrobático que otra cosa, y las autorreferencias a la era Erotica no encajan, provocan una melancolía innecesaria en un show tan luminoso y frívolo. Se agradece mucho más su empeño en utilizar su limitado español para comunicar al público lo supuestamente caliente que está o que ironice sobre sus dos fracasados matrimonios. Ese tipo de artificio le funciona mejor que nunca para conectar con su público.
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5. Está mas ‘Mandonna’ que nunca
Todo el mundo está a su servicio en este tour, y lo deja bien claro desde el minuto uno. Lo mismo ordena a un bailarín que le limpie el suelo –las veces que haga falta, hasta que quede impoluto y desaparezca el riesgo de un resbalón– que obliga a un sufrido fan –que ya sabe que tendrá que comerse un plátano en contraprestación a poder subirse al escenario con ella durante unos minutos– a quitarse la camiseta. Al cantante y bailarín Óscar Edú no le dejó opción. Tenía que hacerlo. Sí o sí. “No one fucks with the queen”, afirma en un momento dado, por si a alguien le quedaba alguna duda. ¡Lo que manda!
6. Está más cabaretera que nunca
Cada vez canaliza mejor a la flapper girl que siempre ha llevado dentro. En la última sección del show, la más brillante con diferencia, nos traslada a los felices años 20 del siglo pasado, y la atención se centra más que nunca en ella. Jamie King supo relajarse a la hora de montar este acto final, ya no nos aturde tanto con elaboradas y masivas coreografías corales y proyecciones ya algo vistas. Madonna –visiblemente cansada en su segunda noche seguida en Barcelona– se soltó de una manera espectacular. Se explayó chapurreando español, soltando bromas encadenadas. Donde normalmente transmite tensión, derivada de su perfeccionismo, de repente irradió relax. Había un cierto patetismo en la propuesta que debería explotar más. Tiene un futuro brillante por delante si su próxima reinvención va por ahí. Permitió vislumbrar a la persona tras el icono, sin miedo al ridículo, y eso nos gustó. Mucho.