Barcelona, noche de verano, aquella comedia romántica que en 2013 hizo las delicias de la oficina de turismo de la ciudad condal, exudaba el encanto juvenil de un gran conocedor de las tendencias audiovisuales que entendió que, recurriendo a un discurso bienintencionado y una estética publicitaria, podía llamar la atención de la generación Instagram. Y lo consiguió, en parte porque al director Dani de la Orden le preocupaba más el estilo que el guion, inevitablemente desigual cuando de historias corales se trata. Y aunque lo hiciera de una manera superficial, su apuesta por tratar un tabú como el de la homosexualidad en el deporte, a través de la historia de amor que protagonizaban Luis Fernández y Àlex Monner, fue de agradecer.
Las cosas no han cambiado mucho en esta secuela ambientada en la noche de Reyes. Si nos abstraemos de su innecesario prólogo –y de lo forzadas que resultan algunas conversaciones mixtas en catalán y castellano–, nos queda un recorrido navideño por algunos de los temas más complacientes de la comedia romántica: el mito del amigo follador, el añorado enamoramiento fugaz, la fantasía del trío sexual y la melancolía del amor perdido, entre otros, al más puro estilo Love Actually, que De la Orden recubre con pinceladas agridulces para tratar de esquivar el tópico –la música de Joan Dausà también ayuda–. Ninguna de las tramas está a la altura de la que protagonizan Asunción Balaguer y Montserrat Carulla como la pareja de lesbianas nonagenarias que decide salir del armario en plena celebración para desencadenar una crisis familiar más rompedora de lo que cabría imaginar.
Como ocurría con su predecesora, lo mejor de Barcelona, noche de invierno está, más que en su resultado, en su encomiable esfuerzo por tratar de invertir la tendencia de la comedia romántica en nuestro país, enfrascada en la guerra de tópicos. Que otros tomen ejemplo.