Patadas, puñetazos y escupitajos. Ah, y ese “maricón” tan ingenioso como asqueroso. La homofobia ha sufrido un alarmante repunte este 2016 en toda España, y especialmente en la Comunidad de Madrid. La capital, que cuenta con el avance y el aperturismo entre sus señas de identidad, tiene el problema de que “claro, cuánto más nos dejamos ver, más nos agreden”.
Así se explica Rubén López, vocal de delitos de odio de la asociación LGTB Arcópoli, el mes y medio negro y homófobo que está sufriendo nuestro país. En contraposición, la esperanza de que el miedo a denunciar o pedir ayuda parece estar desapareciendo.
“Hay muchos delitos de odio, pero el colectivo LGTB no los denuncia por miedo o porque se creen que no sirve para nada”, cuenta Rubén, que persevera en el intento por crear una conciencia social. En datos: la encuesta de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea revelaba que un 90% de las víctimas no acude a denunciar a pesar de haber sufrido una agresión brutal. Hasta el extremo de que “el año pasado tenemos el caso de un chico que estuvo tres días en la UCI, le acompañamos, y no quiso denunciar”.
¿A qué se debe? “Miedo, vergüenza, el decir que eres gay, porque una cosa es estar fuera del armario con gente que conoces y otra cosa es tener que decirlo”, pueden ser los motivos. Independientemente de cada caso, mirar hacia otro lado ha dejado de ser una opción válida.
Así, las 6 denuncias y 24 agresiones registradas en lo que va de año solo en la Comunidad de Madrid han propiciado el nacimiento del Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia, que más allá de cuantificar, tiene una labor encomiable. “El primer objetivo es acercar a la víctima a las instituciones”, y es que, muchas veces, el problema radica en que si a la administración no le llega la agresión, cuesta bastante pensar que se pueda obtener una respuesta.
Si tenemos en cuenta que “el año pasado atendimos unas 30 agresiones en Madrid desde Arcópoli y solo 7 se denunciaron”, es importante la gestión del observatorio para que los números se equiparen. “Motivar a la víctima para que sepa que lo que le ha pasado no está bien y se puede solucionar” está en su decálogo, para que nadie piense que la impunidad está al alcance de la mano del agresor. “Un chico en Carabanchel, cada vez que sale a la calle los vecinos le escupen y le llaman maricón…”, comenta escandalizado Rubén.
El último de sus objetivos: “Ayudar a la víctima a si tiene que ir al hospital, acompañarle a comisaría, todo lo que más le cuesta”. Y afortunadamente, siempre hay gente concienciada. “Somos entre 30 y 40 voluntarios dispuestos a ayudar en todo lo que haga falta”.
Así quedó el cuerpo de J.Y., un joven gay de 25 años que recibió una paliza el pasado mes de enero en Madrid.
Porque desde las instituciones, pese a que asegura que “estamos funcionando muy bien, por ahora no tenemos ningún apoyo”. Nos encontramos con una Cristina Cifuentes “muy interesada en el proyecto, aunque las administraciones tienen que mejorar mucho”, y unos cuerpos de seguridad con “buena actitud pero falta formación, ten cuenta que hasta el 88 nos metían en la cárcel por ser nosotros”.
Una última petición: “Dotar de herramientas a las ONG que aquí son cruciales, porque hay mucha gente que solo lo cuenta a un ‘igual’, pues no sabes si la persona que te va a atender en la administración está concienciada. En cambio, a una asociación LGTB vas con mucha más confianza”. La desprotección sigue siendo preocupante.
Pese a todo, el Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia está generando una nueva esperanza. “Sin publicidad, sin todavía sacar el cartel oficial nos llega una víctima al día”, lo que les provoca una satisfacción que por supuesto, ojalá no se estuviera produciendo. “Estamos contentos con que la herramienta funcione, pero tristes de ver lo que ya intuíamos”. Y se advierte que no dejará de crecer sin la estructura y apoyo necesarios. Menos mal que sigue habiendo agua en el desierto.