El Papa Francisco lo reconoció el pasado domingo durante el regreso de su viaje a Armenia. La prensa se interesó por la opinión del pontífice acerca del atentado contra el bar gay Pulse de Orlando, y también por las recientes declaraciones del cardenal alemán Reinhard Marx, el cual afirmó que la Iglesia Católica Apostólica Romana era culpable del maltrato que la comunidad LGTB había sufrido a lo largo de la historia.
Francisco aprobó las palabras del cardenal Marx, y añadió además que el Vaticano no solo debería disculparse con las personas de la comunidad gay, sino también con aquellos que sufren la lacra de la pobreza, con las mujeres que sufren abusos y con los niños que en vez de ir a la escuela pasan su infancia siendo explotados laboralmente. “La Iglesia debe pedir disculpas por no comportarse del todo bien en muchas ocasiones, cuando digo Iglesia me refiero a los cristianos… La Iglesia es sagrada, nosotros los pecadores”.
El Papa expresó su preocupación, ya que muchas culturas y religiones encuentran la homosexualidad como algo “ofensivo”, y aclara que tener una forma distinta de pensar no es una razón o justificación para dañar a la comunidad LGTB. Bergoglio volvió a reiterar aquellas famosas palabras de 2013, “¿Quién soy yo para juzgarlos?”, que dieron la vuelta al mundo, expresadas en una rueda de prensa en referencia a las personas homosexuales. En esta ocasión comentó lo siguiente: “La pregunta es: si una persona en esa situación [una persona homosexual] tiene buena voluntad y busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgarle?”.
Unas declaraciones que llegan en plena celebración, en muchas partes del mundo, del Orgullo gay. Ningún Papa hasta la fecha se había pronunciado sobre la marginación y el maltrato que el colectivo LGTB ha sufrido durante siglos por parte de la propia institución católica. Un hecho que recuerda a las disculpas que pidió el fallecido Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia, a grupos minoritarios tales como los judíos, los indígenas, los inmigrantes o las mujeres en el año 2000. Pero nunca se había producido un reconocimiento de tal magnitud por parte de la mayor cabeza visible de la Iglesia Católica hacia la comunidad LGTB.