La creencia de que el VIH puede equipararse a una infección crónica controlable ha hecho descender el nivel de alarma. El VIH y el sida ya no se perciben como una grave amenaza y eso ha motivado la proliferación de encuentros sexuales sin protección, más conocidos como bareback, una peligrosa tendencia que se ha extendido entre individuos que rechazan el preservativo por considerar que resta morbo a las relaciones y que ha disparado las infecciones por VIH en la comunidad gay en los últimos años.
En páginas de contactos, aplicaciones gays y foros específicos aumentan significativamente la presencia de perfiles que buscan contactos sexuales a pelo, hasta el punto de formar una tribu con códigos propios –suelen identificarse con las siglas BB de barebacking en oposición a los que practican safe sex– dentro de la comunidad gay.
Algunos de estos adeptos se mueven en círculos en los que abunda el sexo en grupo, por lo general orgías donde no se permite el uso de preservativo y que se conocen como chill sex parties. Son fiestas convocadas a través de Internet y rara es la celebración gay –desde el Orgullo a festivales masivos de música o kedadas– donde no se organiza alguna.
Otras veces ni siquiera es necesario un evento masivo para su celebración, sino que pueden surgir en clubes de sexo –una de las fiestas más famosas de este tipo, importada de Berlín, se conoce como Yeguas y Sementales– o casas particulares abiertas a este tipo de citas ‘apeleras’, donde por lo general se sigue la norma don’t ask, don’t tell con respecto a las prácticas de riesgo y el virus del VIH, conocido en el ambiente como ‘bicho’. A esto hay que sumar el uso de drogas, una tendencia denominada chemsex en la que se utilizan estupefacientes como metanfetaminas para mantener sesiones de sexo más prolongadas de lo habitual y que, según las estadísticas, suele llevar asociado un mayor relajo con respecto al sexo seguro.
Las chill sex parties también son frecuentadas por gays que encuentran en el riesgo de infección por VIH una nueva manera de excitación, o que incluso desean un contagio deliberado que les libre de la incertidumbre para poder practicar sexo sin condón como VIH positivos. Son bug chasers, aquellos que desean ser infectados con el virus del VIH, y gift givers, personas seropositivas que buscan infectar a bug chasers por placer. Muchos parten de la base de que un infectado de VIH medicado y con carga viral indetectable no corre riesgo de seguir propagando el virus, pero ignoran el peligro de reinfección y los efectos secundarios de vivir con un tratamiento antirretroviral de por vida.
Eso no quita que haya adeptos a las chill sex parties y al sexo sin protección que traten de evitar el contagio con el VIH. Lo último pasa por someterse a un tratamiento preventivo de antirretrovirales –conocido como PrEP–, una tendencia importada del mundo anglosajón que de momento solo está autorizada en Estados Unidos. Consiste en la ingesta continuada de una pastilla antirretroviral –la famosa Truvada una vez al día– con la idea de minimizar el riesgo de contagio antes de un encuentro sexual sin preservativo, algo parecido a lo que se utiliza para evitar la malaria o equiparable a la píldora femenina que sirve como anticonceptivo. Aunque la OMS ha recomendado su uso para grupos específicos, en nuestro país solo se utiliza bajo prescripción médica y solo en casos muy concretos como profilaxis post-exposición al virus, nunca de manera preventiva. La efectividad de este tratamiendo no está comprobada al 100% ni combate otras ETS como hepatitis, sífilis, gonorrea, herpes o clamidia.
Tampoco el mundo del porno es ajeno a la tendencia del barebacking. La industria ha ido aparcando el preservativo paulatinamente para adaptarse a una peliaguda realidad que, a pesar del riesgo de VIH, le resulta rentable por un motivo sencillo: el porno a pelo es más excitante para la audiencia. Productoras de porno gay como Treasure Island Media o Staxus han hecho del sexo sin condón su principal seña de identidad.