La mejor obra de Hervé Guibert, un espíritu impúdico que nos arrebató el VIH, en Madrid

Periodista, escritor, guionista, cineasta amateur y fotógrafo, la vida de Hervé Guibert (1955-1991) fue un impulso apasionado, también reflexivo y temerario, cargado de confesiones públicas de lo entonces inconfesable.

La mejor obra de Hervé Guibert, un espíritu impúdico que nos arrebató el VIH, en Madrid

Guillermo Espinosa

A mí lo que me tira es el underground.

5 julio, 2019
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Nacido en un pueblo de las afueras de París y criado en su distrito 14, será en La Rochelle donde Hervé Guibert comienza en serio sus estudios y se adentra en el teatro amateur, para regresar a los 18 años a París, a estudiar cine. Ejercerá poco como cineasta, pero este bagaje le permitirá convertirse en crítico cinematográfico del diario Le Monde, donde también ejercerá como crítico de fotografía: una disciplina que aprende de forma autodidacta desde la adolescencia.

Precoz en muchos sentidos (con 21 años publicó su primera novela, La propaganda de la muerte, una suerte de retrato autobiográfico –como todas sus novelas posteriores– donde fantaseaba con su propia autopsia soñada), la audacia sin pudor de este joven de ensortijado pelo pajizo, de ojos de un intenso azul, iluminado con el genio y la belleza por igual, pronto conquistó a la generación inmediatamente anterior.

La mejor obra de Hervé Guibert, un espíritu impúdico que nos arrebató el VIH, en Madrid

Al filósofo Michel Foucault lo conoció en 1976 (acababa de publicar su novela) y se convirtieron en amantes ocasionales y luego en amigos vitales. También trabaría amistad con la artista Sophie Calle, que era de su edad, o con la actriz Isabelle Adjani, a la que conoció mientras le realizaba una entrevista, y que se acabaría convirtiendo en una cómplice que periódicamente se dejaba fotografiar por él.

“El cuerpo humano y esa capacidad delicuescente, fantasmagórica, de la imagen fotográfica centrarán todo su trabajo”

Es en esos años, mediados y finales de los setenta, cuando comienza a publicar y exponer sus fotografías: el cuerpo humano y esa capacidad delicuescente, fantasmagórica, de la imagen fotográfica centrarán prácticamente todo su trabajo. De una complejidad notable: instantáneas de maniquíes médicos o esculturas clásicas en sus viajes a Italia, pero también de trabajadores manuales, de sus propios amantes desnudos o de él mismo en momentos de total intimidad… Sus obsesiones alcanzaron incluso a su familia.

Sus sexagenarias tías Louise y Suzanne, que lo adoraban, fueron el objeto de una de sus primeras exposiciones: las retrataba de cualquier manera, inquiriendo incluso en sus recovecos corporales, obligándolas a desnudarse o a deshacer sus melenas canas, insistiendo en el tránsito de la edad con ternura y dureza por igual. Un libro con estas imágenes, y las cartas impúdicas que les remitía regularmente (discutía con sus tías términos como ‘pederasta’ y les narraba sueños incestuosos) acaban de ser publicados este mayo en Francia: Suzanne et Louise (Gallimard, Coll. L’arbalète).

En esos años, Guibert escribirá también el guion de la película –otra vez semiautobiográfica– El hombre herido (Patrice Chéreau, 1983), por el que ganará el César al mejor guion original. La explicitación de la homosexualidad, con un protagonista joven que descubre su condición y termina relacionándose con un chapero que conoce en una estación, un delincuente de medio pelo extremadamente manipulador, hará presente otra vez al colectivo, huérfano de cronistas desde los tiempos de Genet o Cocteau.

La mejor obra de Hervé Guibert, un espíritu impúdico que nos arrebató el VIH, en Madrid

En sus autorretratos de alcoba, y en los retratos de sus amantes desnudos, sobre todo de Thierry Jouono, su relación más duradera, pero también del joven Vincent M. –al que conoció cuando este tenía 16 años y definía abiertamente como “un experto en mi gratificación”, en el libro muy explícito que le dedicó, Loco por Vicent (1989)– prima una visión sexuada, sí, pero mucho más preocupada por la zona difusa de la luz, la reconstrucción fantasmal del modelo fotografiado, la torsión infinita del cuerpo como una geografía posible del deseo, y también la exhibición de una intimidad tierna, real, a veces desasosegante, nada impostada ni reconstruida.

“En 1988, la vida de Guibert se transformará cuando se le diagnostica el VIH”

En 1988, la vida de Guibert se transformará: se le diagnostica el VIH, por aquella época mortal. Comenzará entonces una exploración fotográfica del propio cuerpo, de los embates de la enfermedad y su decadencia física, que hará pública también desde su columna de Le Monde y con un trío de novelas que comienza con Al amigo que no me salvó la vida (1990), sigue con El protocolo compasivo (1991) y termina con El hombre del sombrero rojo (1992), publicada póstumamente (las dos primeras, editadas en castellano por Tusquets). Estas novelas –también las anteriores– son consideradas por la crítica como un precedente de lo que hoy denominamos autoficción narrativa.

Guibert, asumiendo públicamente su condición de enfermo estigmatizable, se señala a sí mismo, pero también señala a una sociedad asustada, cruel en su hipocresía, que desconoce el drama y rehúye de él. Sus apariciones públicas en la televisión y su militancia intelectual contribuirán decisivamente a la toma de conciencia de todo un país sobre la enfermedad y los problemas de marginación derivados, y cambiará el tratamiento mediático y médico de los enfermos.

Morirá en 1991, a los 36 años, sin terminar lo que sería su documento fílmico póstumo, El pudor o el impudor, estrenado en 1992. Que fue también cuando se estrenó Las noches salvajes, obra de un coetáneo con el que mantiene muchas semejanzas, el director, poeta y novelista Cyril Collard. Que apenas un año después, fallecería también por causa del sida.

Hervé Guibert se puede visitar hasta el 30 de agosto en la sala de la Fundación Loewe de Madrid (Gran Vía, 8) de 10 a 20h.

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