Aplaudida y necesaria, por fin se estrena en España la ópera prima de la directora abiertamente homosexual Pepa San Martín, y lo hace respaldada por los numerosos galardones internacionales que ha recibido a lo largo del año 2016, entre los que destacan el Premio del Jurado Internacional Generación Kplus durante la Berlinale o el Premio Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián. Rara, inspirada en un caso real de 2003, narra la vida cotidiana de dos hermanas que viven junto a su madre y la novia de esta en Viña del Mar (Chile). Una familia feliz, con sus virtudes y defectos, que se ve amenazada por el padre de las niñas, quien a pesar de haber rehecho su vida con otra mujer, no está de acuerdo con la orientación sexual de su ex.
San Martín fija en la mirada de Sara (Julia Lübbert), la mayor de las hermanas, el punto de vista desde el que el espectador percibe su natural contradicción emocional: el amor de una familia unida y el miedo al rechazo por no ser como los demás. A los 13 años, Sara ya conoce los prejuicios de una sociedad que muchas veces olvida que los sentimientos van más allá de los géneros, un peso con el que tiene que vivir cada día y que se suma a las complicadas experiencias inherentes a cualquier adolescente, como el despertar sexual o la búsqueda de su propia personalidad. Inconsciente muchas veces de todo lo que tiene en su mano, y siempre con una actitud justificada –ejercicio que la directora mantiene con cada uno de los personajes–, Sara ve en su padre una vía de escape, una figura ‘normalizada’ que acaba atribuyendo todos los problemas de sus hijas a la homosexualidad de su madre.
La homofobia, que se deja entrever entre los resquicios de una sociedad aparentemente aperturista y que alcanza su máxima representación en la frustración de la figura paterna, es manejada con una sutileza ejemplar –e inusual– para tratarse de un primer largometraje. Rara obtiene más fuerza y riqueza en lo que no se dice que en lo se plasma en imágenes. Recorre los silencios de sus protagonistas y contiene el poder dramático de la historia en los escondites de unos seres comunes que aman, sufren y se necesitan sin llegar a decírselo, y lo hace con la virtud de no dejarse llevar por los derroteros del sentimentalismo fácil.
Una de las mayores bazas con las que cuenta la película es su contundente reparto. Una pieza esencial –y muy acertada– de este puzle que, con tan solo una escena, una conversación o una inocente mirada, crea verdad. Mariana Loyola, Agustina Muñoz, Julia Lübbert y Emilia Ossandon son las ‘culpables’ de que nos introduzcamos de lleno en una historia que nos creemos, que nos invita a formar parte de ella y que nos despierta una tremenda impotencia al no poder hacer nada ante la incapacidad de algunos de entender el amor… Aún nos queda mucho camino.