La retrospectiva que plantea el Guggenheim Bilbao del artista venezolano, afincado en París desde los años cincuenta hasta su fallecimiento en 2005, revela no pocas de las ambiciones e inquietudes de la abstracción geométrica en su desarrollo desde la segunda mitad del siglo XX, su momento más fértil, y de la que Soto fue uno de sus mejores y más reconocibles creadores.
El artista, que en sus comienzos –a los 16 años– se ganó la vida como cartelista para cines, hasta completar su educación, conoció de primera mano, ya becado en ese París que no abandonaría, la obra de Klee, Mondrian y Kandinsky. Decidido a “dinamizar el neoplasticismo”, como él mismo refirió, y pese a unos comienzos descorazonadores donde otros artistas lo ninguneaban diciendo de él que se limitaba a pintar ‘rayitas’, sus primeros lienzos de repetición de elementos simples trajeron aparejado el descubrimiento del efecto moiré, un patrón de interferencia visual que termina por generar ondas simuladas en la visión cuando se sitúan patrones lineales distintos y muy juntos. Esta sensación de movimiento interno daría pie en Soto a una investigación constante de casi cuatro décadas: a las que luego añadió espacio –llevándola a la escultura y la instalación– y duración: permitiendo al espectador deambular, alterar su velocidad corporal y su permanencia temporal en la obra, para generar otros efectos en la percepción.
Sus obras más significativas las desarrollará a partir de 1967: esos Penetrables, grandes instalaciones donde el espectador puede entrar y recorrerlas, participando del espacio, generalmente realizadas por sucesión de cortinajes de filamentos plásticos o metálicos. Evidentemente, las formas desde el exterior o desde el interior se alteraban, y con ellas la percepción y la capacidad de juego del espectador. Muchas veces se ha comentado cómo en este inocente ejercicio, los artistas cinéticos, con Soto a la cabeza, descubrieron y apuntalaron una gran verdad teórica que aún es tema de debate en el arte: la absoluta importancia del espectador como elemento que completa el sentido y la realidad de la obra; más en este caso, en que solo se da y puede darse en el espectro perceptivo individual. Si nadie la contempla, la obra no puede llegar a ser en su totalidad.
Jesús Rafael Soto: La Cuarta Dimensión se puede visitaR en el Museo Guggenheim Bilbao (AVDA. Abandoibarra, 2) del 18 de octubre al 9 de febrero de 2020. Más información en www.guggenheim-bilbao.eus