Su nombre se ha convertido en sinónimo de frescura, luz, calidad y, por qué no decirlo, éxito. Desde que ganó el Oscar el pasado mes de febrero por la exitosa La La Land, Emma Stone se ha ganado el cariño de la crítica y del público, y de un Hollywood hambriento de caras nuevas. Pero la de Arizona no es ninguna recién llegada en esto de jugar a ser otros, y tenemos que remontarnos a 2007 para ver su primera incursión en el cine. La comedia Supersalidos –con no tan malas críticas por mucho que el nombre pueda llevar a pensar lo contrario– fue la primera de otras tantas en las que Stone iba haciéndose más grande. Zombieland la expuso a nivel comercial, Rumores y mentiras sacó su encantador perfil cómico, y la alabada Criadas y señoras le regaló lo más preciado, el respeto de la industria.
Desde entonces –año 2012– su carrera ha pisado el acelerador, sumando grandes personajes e interpretaciones. Dos blockbusters con The Amazing Spider-Man, dos rodajes con Woody Allen o una de las mejores cintas de los últimos años: Birdman, forman parte de su filmografía más reciente. Un camino ascendente que visto con perspectiva deja patente la eficiencia de esta pelirroja de ojos verdes con alma de estrella.
Pero todo indica que esto no ha hecho más que empezar. El año que viene podremos verla en el nuevo trabajo de Yorgos Lanthimos, director de Langosta, y resuena su nombre para encarnar a Cruella de Vil en una versión en acción real de la villana de 101 dálmatas. Pero antes de todo eso vamos a poder disfrutar de ella en La batalla de los sexos, la nueva comedia basada en hechos reales de los directores de la premiada Pequeña Miss Sunshine. En ella, Emma se pone en la piel de Billie Kean King, una carismática tenista que se convirtió en una cabeza pública del movimiento feminista en los años 70, y dio un gran paso en el duro camino por la defensa de los derechos del colectivo LGTB.