«Por motivos de doctrina y moral y al amparo del derecho canónico se retira la idoneidad como profesor de religión». Así le comunicaron a Alberto González que no podía continuar ejerciendo como docente en un colegio de Lanzarote. Había sido sacerdote hasta que, hace dos años, el amor llamó a su puerta y decidió casarse. Hasta ahí todo normal. La trama se complica cuando informa al Obispado de que su unión se había producido con un hombre.
A pesar de que la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias lo había ratificado en su puesto, González asumió con naturalidad y resignación su despido. “Sabía que podía pasar”, explica al tiempo que reconoce que no era idóneo para su puesto. Ahora solo busca una rescisión justificada de su contrato para tener derecho a la prestación por desempleo. Mientras tanto, la Iglesia pierde una nueva oportunidad para adaptarse a los nuevos tiempos. Una pena.
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