Sábado noche. 4 de la mañana. M. y su chico están celebrando un cumpleaños con amigos en el club Diamante, en la sala Pirandello 2 (en la céntrica calle Martín de los Heros, en Madrid). Están cansados y deciden irse a casa. Ni se imaginan que esa decisión trastocaría por completo sus vidas.
M.R.C. y J.M.I., de 30 años, nos han pedido que preservemos su intimidad, por miedo a lo que pueda suceder. Aunque son conscientes de la trascendencia que esta teniendo su caso. «Nos está sobrepasando el interés», cuenta M. desde la consulta del médico. «Decidí publicar en Facebook lo que nos había pasado, pero no tenía ni idea de que se armaría algo tan gordo. Nos están llamando organizaciones y abogados para ofrecernos ayuda, periodistas para conocer nuestra historia…».
El testimonio resulta aterrador: «Salimos del Diamante y a mitad de calle se nos acercaron por detrás dos chicos, como de buen rollo. ‘¿Qué tal, chicos?’. Acto seguido, me empujaron, nos gritaron ‘¡Maricones!’ y me tiraron contra unos contenedores. A partir de ahí los dos tenemos lagunas, no recordamos bien todos los detalles. Solo sé que mi chico fue a defenderme, entonces le pegaron un puñetazo y le rompieron la nariz. Él se ha llevado la peor parte, le han tenido que poner una férula, y seguramente tendrán que operarle la nariz. A mí me duele todo el cuerpo, y estamos los dos llenos de moratones».
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Lo que más le duele, e indigna, a M. fue el pésimo trato que recibió por parte de la Policía tras la agresión. «Estaba histérico perdido, y como no me dejaron irme en la ambulancia con mi chico, por no ser familiar directo, cuando vi un coche de la Policía me metí directamente y les pedí que me llevaran al hospital. Uno de los agentes me dijo ‘Salga usted, esto no es un taxi, vaya usted por su propio pie al hospital’. Me vi indefenso y solo en medio de la calle; me habían pegado y la Policía no queria ayudarme». M. le hizo una foto a la matrícula del coche policial, para poder denunciar posteriormente su actitud, pero no le dieron opción. «Se dieron cuenta, me quitaron el móvil y borraron la foto». Y M. tuvo que coger un taxi para ir al hospital. Horas después, colgó en su muro de Facebook un testimonio de urgencia y una foto de la muñeca de su chico con su pulsera identificativa en el hospital. A partir de ahí las reacciones de indignación no se hicieron esperar.
«UNO DE LOS AGENTES DE POLICÍA ME DIJO: ‘ESTO NO ES UN TAXI, VAYA USTED POR SU PROPIO PIE AL HOSPITAL»
Dos días después de la agresión, estos dos chicos gays todavía no acaban de digerir lo que han vivido. Mientras siguen de médicos, empiezan a darse cuenta de la magnitud de su caso. «Se nos está haciendo todo grande, y agradecemos que tanta gente se esté ofreciendo a ayudarnos. De momento, lo que tenemos claro es que, dado lo que nos pasó con la Policía, lo denunciaremos en el juzgado. Por eso vamos a quedar hoy también con un abogado». Obviamente, siguen aturdidos, y les duele tener que recordar la experiencia continuamente, pero son conscientes de lo importante que es que se comparta su historia. «La verdad es que nos está dando mucha fuerza ver que no estamos solos. Y algo hay que hacer, porque no es normal que en pleno sigo XXI sigan pasando cosas así».
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